La Semana Santa es tal vez la expresión popular más complicada de entender, y sobre todo, de explicar, de entre todas las que se verifican en Córdoba. La interminable lista de ingredientes, algunos comunes a todos, otros particulares y reservados a cada uno de los que a ella se acercan, la convierten en una verdadera miscelánea de sentimientos aflorados a través de la escultura, la música, el bordado, la tradición, la herencia, la niñez, la experiencia, el recuerdo, la cera, el esparto, el incienso, la arquitectura efímera y otras tantas perspectivas reservadas tan sólo al corazón.
Esta rememoración de la Pasión de Cristo se repite cada año, en los mismos lugares y a la misma hora, pero sin duda se descubre cada vez. Se inventa cada año para volver a mostrar la esencia de lo que fue y, en algunos casos, dejó de ser. La Semana Mayor de Córdoba escribe su Historia sobre las historias anónimas de quienes le dedicaron parte de su vida; pequeñas historias de calceteros, piconeros o panaderos que decidieron que el recuerdo de sus abuelos debía ser el de sus nietos, conformando una Historia tantas veces recordada como olvidada. Una única semana que condiciona la vida completa de quienes la entienden y conforman, siendo abarcable solamente desde su interior.