lunes, 31 de octubre de 2016

San Francisco Javier, testigo y maestro...



San Francisco Javier nació en el año 1506 en el Castillo de Javier, Navarra. Su encuentro en París con Ignacio de Loyola fue clave en su vida. “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?” La respuesta a la pregunta persistente de Ignacio transformó a Francisco Javier.



Con 35 años, parte como misionero a Oriente, en 1541. Doce años escasos durará su vida de misionero, de los cuales cerca de cinco pasará navegando o esperando en los puertos la llegada de las naves.

Dejará señales de su celo apostólico en Europa (Francia, Italia y Portugal); en América (islas de Noroña y Abrollos, cercanas éstas últimas a Río de Janeiro); en África (Mozambique, Melinde y Socotora); en Asia (India, Malaca, Japón, China); en Oceanía (islas Molucas al norte de Australia)...

Javier, afirmó Juan Pablo II, “es el prototipo de la misión universal de la Iglesia. Su motivación es el amor evangélico a Dios y al hombre, con atención primordial a lo que hay en él de valor prioritario: un alma donde se juega el destino eterno del hombre". 

"Siente, como otro Pablo, el apremio incontenible de una conciencia plenamente responsable del mandato misionero y del amor de Cristo" (2 Cor 5, 14). Nada menos que 101 veces repite en sus cartas que su más ardiente anhelo es "acrecentar nuestra santa fe; extender los límites de la Iglesia".

El grito de Pablo: "Ay de mí si no evangelizare" (1Cor 9,16), lo traduce Javier en frecuentes versiones, pero con tal expresión de fuerza y convicción, que emociona profundamente.

Javier "amó a la Iglesia y se entregó por ella". Javier amó con pasión a la Iglesia. Firmemente persuadido de que Cristo, aunque invisible, sigue siendo la Cabeza del Cuerpo Místico y de que es su Espíritu quien lo une, lo fecunda y vivifica, pondrá también toda su confianza en la Iglesia.

En la primera de sus cartas, dirigida desde la India, escribe una frase que parece dictada a la luz del Concilio Vaticano II: "Por los méritos de la Santa Madre la Iglesia, en que yo mi esperanza tengo (y cuyos miembros vivos sois vosotros), confío en Cristo Nuestro Señor que me ha de oír y conceder esta gracia: que use este inútil instrumento mío, para plantar la Iglesia".

En su último viaje, con intención de llegar a China, enfermó y falleció el 3 de diciembre de 1552. Tenía 46 años. En 1904 fue declarado patrono de las misiones.

Semblanza tomada del Grupo de Misiones de la Parroquia de los Sagrados Corazones de San Fernando.

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