El proyecto de ampliación de la parroquia está pendiente de los permisos municipales para comenzar las obras.
Cecilia Pérez - 29 mayo 2017
Alberto Reigada en el interior del templo pendiente de las obras
de rehabilitación y remodelación. / ÁLEX PIÑA
Alberto Reigada (Vegadeo, 1951) lleva media vida como sacerdote. Mañana cumplirá cuarenta y un años como cura. De ellos, catorce los ha dedicado a la parroquia de San Francisco Javier de La Tenderina. Un templo al que llegó para «hacer parroquia». A este sacerdote de vocación temprana y poco «ladrillero» le ha tocado el premio gordo. Tras más de cincuenta años de espera y varios proyectos fallidos, esperan los permisos municipales para iniciar las obras de mejora y ampliación del templo. Un proyecto a cargo del arquitecto Alfonso Toribio cuyas obras desean que no se demoren más allá del verano.
Alberto Reigada Párroco de la iglesia San Francisco Javier de La Tenderina
Vive usted encima de su lugar de trabajo, la iglesia. Esto es conciliación pura y dura.
Conciliación las 24 horas porque ser cura en un barrio es estar plenamente dedicado. Ser cura es vivir, es estar y ser uno con otros para estar en las alegrías y en las penas.
Igual que un matrimonio.
Sí, entre el cura y su parroquia. Aquí tenemos un lema importante: Somos parroquia, hacemos barrio. Esto no es una mesa camilla, tenemos que salir y nada del barrio nos es ajeno.
Recalca mucho el sentimiento de barrio. ¿Qué necesidades llegan a la parroquia?
De todo tipo. La parroquia es como un hospital de emergencia, un centro de auxilio de primera instancia porque saben que cualquier problema que haya, sea de tipo social, económico e incluso personal, la parroquia está ahí. Las necesidades económicas son las que más atendemos.
¿Ha notado un aumento desde que usted llegó a La Tenderina?
Sí, he notado un cambio muy grande desde que llegué hace catorce años. Lo hice antes de la crisis, en ese período se notaba una mayor vida, aún no se había cerrado la fábrica de armas ni desaparecido comercios. La anécdota que lo resume todo está en que, hace catorce años, la gente venía a pedir ayuda para buscar a alguien que cuidase de sus ancianos. Ahora vienen a pedir empleo, pero también en busca de consejos personales, de ser escuchados, incluso para solucionar problemas de pareja.
¿Hay que ser muy psicólogo para ser sacerdote?
Efectivamente. Estudié pastoral en Roma y allí teníamos varias asignaturas sobre Psicología evolutiva, Psicología adaptada a la comunicación... Ayuda mucho porque es un instrumento más que hace que la gente responda y eso me emociona. Para un cura, lo que te cansa no es el trabajo, sino la falta de respuesta. Cuanto más cansado me acuesto, más gracias doy a Dios porque mereció la pena ser cura.
¿Siempre tuvo claro que quería ser sacerdote?
Sí, gracias a un cura que llegó a Vegadeo castigado por ser un sacerdote muy social en la época de Franco, se llamaba Don Jesús Pérez y logró reunir a los jóvenes del pueblo. Para mí fue una bendición. Ahí empecé mi camino hacia el seminario, primero en Covadonga y luego en Oviedo. Fui avanzando en la vocación, aunque siempre te lo planteas, sobre todo en la adolescencia.
¿Tuvo dudas?
Siempre cabe alguna duda, pero eran más por saber si sería capaz de ser buen cura porque en la adolescencia te llaman más otras cosas como tener una novia, otra carrera, eran los años setenta y también había crisis en la Iglesia. Luego la vida sacerdotal siguió y el próximo día 30 de mayo cumplo cuarenta y un años de cura y sigo feliz.
Se le nota.
Pues sí, porque yo creo que un cura debe transmitir vida para animar a la gente.
¿Hoy en día quedan vocaciones como la de usted?
Las vocaciones son un grave problema que tenemos en la iglesia occidental. Un problema que nos está sugiriendo algo, debemos suscitar en la Iglesia el compromiso de los laicos y dar mayor participación a la mujer porque todos somos parroquia. O trabajamos juntos o todo sería imposible.
Una obra necesaria
Un proyecto importante para la parroquia tiene que ver con su aspecto externo. Cinuenta años esperando por la remodelación de la iglesia, por fin se hará realidad.
Teníamos necesidad de ello. Nos pusimos en manos del arquitecto Alfonso Toribio y nos hizo un proyecto con menos recursos económicos, asciende a seiscientos mil euros, pero cubre realmente las necesidades que hay.
¿Cuáles son?
La principal tener unos buenos accesos a través de un ascensor y unas escaleras que tengan la dignidad de ese nombre. En segundo lugar, ampliar la iglesia.
¿Cómo va el proceso?
Estamos pendientes del permiso del Ayuntamiento. Ya nos pidió el aval económico, que ya está preparado, por lo que esperamos que nos den el permiso pronto, de tal manera que nosotros queríamos empezar este mes, pero hay retrasos técnicos. Lo ideal sería comenzar las obras en verano porque hay menos actividad parroquial. Será un proyecto para la gente del barrio por eso llamamos a la colaboración donde la gente pueda aportar recursos, ideas incluso. Nosotros vamos a vender columbarios.
¿La venta de columbarios es un proyecto nuevo?
Sí, iría en los bajos de la parroquia enmarcado dentro del proyecto de ampliación de la iglesia. Estarían en el sótano, la planta baja sería la propia de la ampliación de la parroquia y por último, los accesos.
Es como la guinda a su labor en la parroquia.
Sí porque yo no soy un cura ladrillero, soy más un cura de gente, de acompañar a las personas, pero me tocó hacerlo (risas).
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