El cardenal Carlos Amigo Vallejo, pionero de la igualdad de sexos en las cofradías sevillanas, afirma que «si cualquier día de Semana Santa viniera un vendaval y se llevara por delante todos los capirotes nos llevaríamos muchos sustos».
JESÚS ÁLVAREZ - SEVILLA (01/04/2018)
Carlos Amigo Vallejo (Medina de Rioseco, Valladolid, 1934) es licenciado en Filosofía, Psicología y Teología y autor de numerosas publicaciones. Arzobispo de Tánger desde 1973 a 1982, Juan Pablo II lo nombró ese año arzobispo de Sevilla. Es cardenal desde 2003 y como tal fue elector en los cónclaves que eligieron a Benedicto XVI y Francisco. Hijo predilecto de Andalucía e hijo adoptivo de Sevilla, ciudad que sigue visitando con frecuencia. ABC pudo charlar con él la tarde del Martes Santo en el monasterio de Loreto, en la localidad sevillana de Espartinas.
¿Recuerda la Sevilla de 1982, cuando llegó aquí desde Tánger?
Para mí Sevilla resultó algo inmenso. Siempre me pareció una ciudad distinta a todos los que había conocido tanto en España como en el extranjero.
¿En qué la pareció distinta?
En todo, pero sobre todo los sevillanos. Me llamó la atención su forma de gesticular y de mover las manos. Eran personas cariñosas, muy afectuosas que te trataban como si te conocieran de toda la vida y me hacían frecuentemente una pregunta: «¿Le gusta a usted Sevilla?».
Se ve que los sevillanos están orgullosos de su ciudad.
Sí, están más orgullosos que de ninguna otra ciudad que haya conocido. Y parece que no están a gusto si no te sientes a gusto en su ciudad. Y siempre respondía: «¿No se me nota que estoy contento?». El lenguaje de los sevillanos también me llamó mucho la atención cuando llegué. Recuerdo a un prioste que me habló un día de «la bulla del bacalao», de la «chicotá», y que la segunda «trabajadera» de tal paso iba «chunga».
¿Entendía algo?
Absolutamente nada. Recuerdo al principio de llegar que había un conflicto por un simpecado de Sevilla que tenía que ir al Rocío. Me hablaban de algo muy cercano para todos los sevillanos pero para mí era algo infinito porque no sabía lo que era un simpecado.
¿Y le gustaba este lenguaje?
Sí, mucho. Es un lenguaje muy bonito con mucha más fluidez verbal del que yo conocía. Y con muchas figuras. Alguien me decía un día «está usted está más liado que un tres de bastos». Yo venía de estar unos años en Marruecos con una cultura muy distinta. Todo esto me sorprendió muy gratamente.
Los sevillanos tenemos mucha fama de «fiesteros». Tras sus 27 años aquí ¿la considera merecida?
Sí, creo que lo son por el sentido de la fiesta que tienen. Pero me parece injusta si se asocia al jolgorio permanente. Yo pude comprobar perfectamente lo trabajadores que son los sevillanos cuando llegué aquí. El cardenal Bueno Monreal se había puesto enfermo y me pidieron desde la Santa Sede que adelantara mi llegada y mi toma de posesión como obispo de Sevilla. Fue un 27 de junio y hacía un calor inmenso y eso que yo venía de Marruecos. El Santo Padre iba a venir a Sevilla a finales de octubre de ese año, aunque luego su visita se retrasó por las elecciones. Hubo que organizar todo aquello y comprobé la eficacia e imaginación con que se trabaja aquí y que los sevillanos lo hacían todo en menos tiempo de lo que lo haría un castellano, por ejemplo.
¿Qué cosas, por ejemplo?
Cualquier cosa. Si había que hacer algo en dos días se hacía en dos días: los problemas lo resolvían de una forma muy rápida. Hacía falta levantar unas tribunas para la visita del Papa y no se ponían nerviosos: «No se preocupe, que en Semana Santa las hacemos», me decían. Que hacían falta montar un gran número de tubos: «No se preocupe -me decían- que en la Feria ponemos muchos más». Lo hacían todo bien, con más agilidad y en menos tiempo. Luego, eso sí, les gusta tomarse una cervecita antes de comer pero eso no quiere decir que no trabajen el resto de la jornada.
¿Y la fama de noveleros?
Está dentro de la cultura de los sevillanos poner los escenarios y el escenario siempre es Sevilla. Los personajes serán los que sean pero los escenarios no. Los sevillanos tienen una imaginación desbordante. Además, son personas muy generosas que te aceptaban a cambio de nada. Te regalaban de principio una simpatía y un afecto sin conocerte. Esto no quiere decir que no tuviera muchas dificultades porque tenía que consultarlo todo, especialmente en el tema de hermandades y cofradías, tema, por descontado, que en Sevilla no se puede obviar porque en Sevilla, hables de lo que hables, al final acabas hablando de la Semana Santa.
¿Cómo fue su relación con las hermandades?
Por lo menos me escuchaban y yo, por supuesto, las escuchaba a ellas.
¿Tuvo muchos problemas?
Los normales pero es curioso que los problemas graves que tuvimos no salieron nunca en los periódicos. Los que salían eran para mí insignificantes. Una obra en no sé qué calle que obligaba a cambiar el recorrido podía ser motivo de conversación en toda la Cuaresma, o que hubiera tantos cirios en un paso o el problema de un edificio que están pintando y que podía desentonar con el manto que iba a estrenar ese año la Amargura.
¿Los sevillanos le damos demasiada importancia a los detalles?
Mi padre me enseñó que había que escuchar a las personas donde vives y a respetarlas, aunque no compartas algunas cosas o no les des demasiada importancia. A mí me llamaba mucho la atención que un paso de palio, después de tantas horas en la calle, llegara con las velas de regreso igual, a pesar de todas las levantás. Y me encontré un día con un catedrático de Termodinámica que estaba enseñando a su nieto cómo se ponían las velas: le hablaba de la temperatura, que si la pones muy caliente, la escupe; que si la pones fría, no cuaja. Y yo lo veía a este hombre más serio allí limpiando los candelabros que con los alumnos en su cátedra.
Dice el refrán que donde fueres haz lo que vieres...
Estoy de acuerdo con ese refrán siempre que no vaya en contra de tu sentido ético, por supuesto. Recuerdo un problema grave con la fama de una persona que hubo en una cofradía y ahí sí me tuve que poner serio y cortarlo de raíz. Me gusta que las velas vayan derechas y no torcidas pero por eso no voy a hacer una guerra; ahora bien, por la fama de una persona o por la falta de respeto a alguien, sí la hago.
Usted la hizo por la igualdad de sexos permitiendo que salieran mujeres en las procesiones.
Las hermandades tenían que renovar sus reglas y lo que no podía permitir es que se incluyera ningún artículo que discriminara a las mujeres. Hice una exhortación sobre eso pero yo no me metí en que salieran de nazarenas o de costaleras o de lo que quisieran en las hermandades.
¿Tuvo que superar mucha oposición?
Lo curioso es que la mayor oposición a esto procedió precisamente de mujeres. Había una asociación de mujeres cofrades que se reunía, y lo hacían estupendamente, por cierto, y me dijeron que no estaban de acuerdo con que ellas pudieran salir de nazarenas o costaleras.
¿Y las convenció?
No, aunque ellas tampoco a mí. Las escuché pero no les hice caso. Y era tan sensato lo que hicimos para que no se discriminara a nadie que con el tiempo se vio que no hubo ningún problema porque salieran mujeres en las procesiones. Después hubo oposición a la medida de otros sectores pero con razones tan tontas como que se iba a prestar a no sé qué morbosidad.
Fue pionero con estas reglas y luego muchos le siguieron.
Recuerdo antes de renovar las reglas que hablando con dos personas una le decía a la otra que su hijo iba a salir aquella tarde en una procesión y que iban a venir sus abuelos, que eran del norte de España, a verlo. «Que ya habían planchado la túnica catorce veces», decía emocionado. Y su amigo le decía «¡qué envidia me das! Yo solamente tengo tres hijas». Ese día me dije interiormente que, si estaba en mi mano, ese hombre no iba a tener envidia de su amigo por no tener hijos varones que pudieran salir en su cofradía.
Fuera de Sevilla no debe de ser fácil comprender lo importante que es para muchos sevillanos poder hacer una estación de penitencia.
A un jurista de Despeñaperros para arriba le preguntas si salir en una procesión de Semana Santa es algo esencial para su vida y te dice que no, pero es que no saben lo importante que es en Sevilla salir en una procesión. Es lo más de lo más.
¿Entiende que haya personas que se declaran ateas y salgan en estaciones de penitencia?
Lo que no entiendo es que se presuma de ateísmo. Una cosa es que las cofradías abran la puerta a todos y otra cosa es que alguien nos diga a los demás que estamos haciendo un payasada. Si usted es ateo, nadie le va a impedir salir en la hermandad pero, por favor, respete usted las creencias de los demás. Por otra parte, si hoy, Martes Santo, o cualquier otro día de Semana Santa, viniera un vendaval y se llevara por delante todos los capirotes nos llevaríamos muchos sustos.
Dios y el dinero
Las vocaciones religiosas siguen bajando. Hay conventos en Sevilla en los que viven apenas una docena de monjas. ¿Qué es lo que puede estar pasando, especialmente entre los jóvenes?
En los países tan secularizados en los que se vive como si Dios no existiera, es difícil que crezcan las vocaciones. Yo veo que no hay vocaciones para nada ni para la gente que va a estudiar a la universidad y que no sabe tampoco a qué quiere dedicarse. La gente busca y busca y yo creo que no hay que buscar tanto y es mejor dejarse encontrar.
¿A qué cree que se debe que la religión esté perdiendo peso en todas las sociedades occidentales?
Hay muchos factores y tiene raíces profundas. Hay temas sociológicos porque si no hay niños, cómo va a haber vocaciones. También hay muchas personas que participan en la vida de la Iglesia pero que prefieren no asumir un papel principal. El problema es muy extenso y no se reduce sólo a España sino a Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos y hasta Australia.
Todos ellos son países muy desarrollados económicamente.
Sí. El dinero es más fuerte que Dios. Yo me hice fraile franciscano por contagio porque conocí a unos frailes. No fue porque me hiciera una gran reflexión de nada. Veo que no se vive la vida cristiana.
¿Los centros comerciales se están convirtiendo en los grandes templos del siglo XXI, como decía Saramago?
Tuve ocasión de conocerle en Sevilla en un acto de la Fundación Lara y creo que posiblemente tenía razón en el sentido del Dios dinero.
También está bajando mucho el número de matrimonios canónicos.
Sí, pero también el de matrimonios civiles. La gente se une y no se compromete. No quiere complicaciones por si el día de mañana quiere separarse. Y está creciendo el número de huérfanos de padres vivos, que no están desparecidos físicamente pero que no ejercen su papel de padres.
Andaluces generosos
El 39,4 por ciento de los contribuyentes andaluces marca la casilla de la Iglesia en su declaración de Irpf, cinco puntos por encima de la media. En Cataluña, una región más próspera, contribuyen la mitad que en Andalucía, menos del 20 por ciento.
No me sorprende. Los andaluces siempre han sido generosos con la Iglesia y creo que es porque conocen mejor la acción que realiza. Y porque saben muy bien en los pueblos que cuando tienen un problema el párroco intenta resolverlos e incluso si puede trae a esas personas en coche a la ciudad. Si alguien ha estado enfermo en el hospital, sabe que el primero que ha ido a visitarlo es el párroco, lo mismo que pasa con los pobres o personas que viven solas en los pueblos y en los barrios. En Andalucía se conoce muy bien la labor de Cáritas y hay mucha cercanía de la Iglesia a la gente. También crea puestos de trabajo: hay unos tres mil quinientos empleos que dependen de la Iglesia en Andalucía.
Los conventos de Santa Inés y San Leandro, entre otros, están en estado ruinoso. ¿No se podría hacer más desde la Iglesia para conservarlos?
El convento de Santa Inés firmó un convenio con la Junta de Andalucía pero no se ha cumplido por parte de la Administración y hay muchos otros con los cuarenta conventos de clausura de los que tampoco se ha cumplido ninguno. Nosotros siempre hemos cumplido nuestra parte, por ejemplo, en Santa Clara, y el Ayuntamiento, en este caso, no ha restaurado ni la iglesia ni los claustros.
La Junta tal vez no quiera destinar dinero público a propiedades de la Iglesia porque los electores del PSOE, el partido que la gobierna, no lo verían con buenos ojos. ¿Puede ser una cuestión electoral?
Un convenio obliga a las dos partes. Recuerdo el convenio del palacio de San Telmo en el que participaron muchos abogados por ambas partes y se cumplieron todas y cada una de sus cláusulas. Ese debía de ser el modelo a seguir.
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