Relato Navideño: "Luz en la Oscuridad"

En una humilde casa destartalada, en las afueras de un pequeño pueblo, la familia Gómez se preparaba para celebrar la Navidad. A pesar de la pobreza que los rodeaba, su hogar estaba lleno de amor. La madre, doña María, había pasado la tarde horneando unas galletas sencillas, usando los últimos ingredientes que quedaban en la despensa. El padre, don José, había construido un pequeño pesebre con cartón y ramas secas que había encontrado en el campo.

Esa noche, mientras las luces de las casas vecinas brillaban con adornos modernos y árboles iluminados, los Gómez encendieron una vela al centro de su mesa. No había regalos ni banquetes, pero en su oración había gratitud.

"Señor, te damos gracias por este techo, por la salud que nos das y por mantenernos unidos," oró doña María, mientras sus hijos pequeños, Juan y Anita, repetían las palabras con devoción.

El pequeño pesebre improvisado se convirtió en el centro de su celebración. Anita, con su voz dulce, empezó a cantar un villancico que había aprendido en la escuela: "Noche de paz, noche de amor...". Pronto, toda la familia se unió en el canto, y sus voces llenaron el aire frío de la noche.

En ese momento, un golpe en la puerta los interrumpió. Don José abrió con cautela, y allí, en la entrada, un hombre con una caja de alimentos y juguetes sonreía tímidamente. "Soy de la parroquia. Nos enteramos de su situación y quisimos traerles algo para esta noche especial."

Los ojos de los niños se iluminaron al ver los juguetes, pero para doña María y don José, el verdadero regalo era sentir que Dios no los olvidaba. "Gracias," dijo don José conmovido. "El Señor ha respondido nuestras oraciones."

Esa noche, la familia Gómez entendió que la Navidad no era cuestión de lujo ni opulencia, sino de amor, fe y esperanza. La vela seguía ardiendo en el centro de la mesa, iluminando no solo el cuarto, sino sus corazones.

Porque, en la oscuridad de su pobreza, la luz de la fe había brillado con fuerza, recordándoles que el Niño Jesús nació también en un humilde pesebre, trayendo al mundo la mayor riqueza: el amor divino.