domingo, 4 de enero de 2015

Cuando floreció el rosal, Fantasía de Navidad del Beato Lolo

Manuel Lozano Garrido
Cruzada  nº6, noviembre-diciembre 1951




Ha vuelto a mí el recuerdo de un atardecer. El de aquel día de otoño en el que el llanto dorado del crepúsculo bruñía con su paz la dulce quietud del Monasterio. Recuerdo que, lentamente, como una bandada de palomas blancas, fueron cayendo las campanadas de la oración hendiendo el aire en haces de transparencias tornasoladas. De la mole granítica del templo empezaba a elevarse la voz coral de los monjes que desgranaban su último canto de alabanza cuando, yo, que aguar­daba en la plenitud silente del Scritorium, me acerqué a un viejo pergamino, rugoso amarillento, para leer, en gruesos caracteres hebraicos trazados con rojo bermellón, estas palabras: «Cuando floreció, el rosal». Relato de los hechos de que fue testigo Isaac Tob, judío contemporáneo de José, hijo de David.

Descansó el viento y reinaba la quietud, tras los oteros, la tarde se arreboló incendiando la estancia de un fulgor anaranjado. Y fue entonces, al conjuro de aquel sortilegio, cuando las páginas del pergamino, como las de un vivo retablo, empezaron a representar ante mis ojos un fragmento de su historia. Volvió a silbar el viento y oí ya a Isaac Tob que decía:

Titilan las estrellas en este frío atardecer con misteriosa fosforescencia y, en su lagrimeo luminoso, ya el adiós a un mundo caótico y el canto preludial de un nuevo amanecer. Estalla el aire, rebrincando en las cañadas, y de sus lúgubres bramidos huyen los israelitas presintiendo el paso de un nuevo exterminador. Clarinean los gallos con estrépito de alborada. Mugen los bueyes camino de los establos, y un hálito profético, invisible y denso, se enseñorea de la tarde agonizante. ¡Todo pregona la inminencia de un fastuoso suceso!

Por la rociada senda que sube  a  Belén, marchan,   una mujer, sobre rústica cabalgadura, y un hombre, en silencio y con deseos de  lograr la ciudad. San José, humilde  carpintero, y  María,   su esposa, la más delicada  azucena  de Galilea. En la más idílica paz de la tierra nazarita les sorprendió la orden del empadronamiento y, aunque María va a ser Madre, no han vacilado en acudir a la patria.

¡Y qué cerca está el momento! Ella, humilde como un lirio y sencilla como una rosa, recogida en sublime arroba­miento, parece no sentir las garras del tiempo inclemente.

De súbito, un extraño prodigio se ha adueñado de la tarde. Es, que la creación entera, transformada en exuberante flora­ción primaveral, en trinar de pájaros y rielar de estrellas, festonea el camino de María. Sólo yo he sido testigo mudo del portento. El asnillo se ha asociado a la maravilla y su caminar es alígero. Los ro­sales yermos afloran, germinan los triga­les, exultan los lirios, florece el romero y los olivos revientan su fruto tejiendo una delicada alfombra en férvido acto de pleitesía.

No; no es un hecho natural. Es el fluir milagroso y vital que la majestad escondi­da obra por la sencillez de su esclava; es María con Jesús infundiendo luz y colori­do a la obra del Creador; es la sinfonía que preludia el concierto del universo ar­mónico, el diálogo intermitente y cantarín de los arroyos, el parpadeo emocional de los astros y el murmullo de las flores que hablan, hablan y cantan, desgranando la honda ternura de su esencia.

Dialogan el lirio y el rosal:

Hermano rosal; ¿Por qué, en estos instantes en que el mundo presiente la ho­ra de su salvación tus rosas dejan resba­lar las caricias del rocío como si te em­bargara el llanto? ¿Es verdad que lloras?

Hermano lirio que humilde y arro­gante te enseñoreas de los valles: Sí; lloro porque el pesar y la duda inundan mi ser. ¿Por los profetas no sabes que los hom­bres taladrarán de espinas la frente de és­te que va a nacer y con ellas el corazón de su madre? ¿No adivinas al hombre trenzando mis ramas para sangrar a Cris­to? Por eso lloro y por eso sufro; porque quiero, con las perlas de mis lágrimas, mitigar los sufrimientos de Dios. Y mi llanto es dolor por su dolor. Y mi sufrir, una noche eterna, oscura y sin alba. ¿Quién tendrá piedad de mi aflicción?

Si ese es tu dolor, cese el manantial amargo de tus lágrimas. El mundo es hoy alegría y  ventura, y Belén bálsamo de felicidad. Este que nace inundará el mundo en misericordia y perdonará a los  que lo crucifiquen. Sí esto hace con sus verdugos ¿que no hará contigo, rosal pregonero del  amor? Porque la corona de espinas, se tejerá, no de ti, sino del espino que es  punzante y cruel. Mira las mejillas de   María ¿no es el coral de tus   pétalos  quien  la arrebola?

Dios te bendiga, hermano, con tus palabras de luz; me has devuelto la paz. Yo también quiero cantar el himno sublime de nuestros hermanos ¿no oyes? Toda la Naturaleza entona el salmo divinal de agradecimiento.

Ha callado el rosal en arrobado éxtasis por la revelación. En el cielo, luceros recién nacidos marcan el son al repiqueteo festivo del asnillo. El diálogo se hecho cromatismo polifónico.

Dice el lirio: Cantemos y brindemos por la belleza del tierno Niño de Belén. Yo el lirio, daré fruto con que tejer los pañales que remedien su pobreza.

Y sigue el olivo: De mi tronco vigoroso y fuerte, haré una cuna para que su Madre le arrulle al compás de tiernas canciones. Y, cuando apure el cáliz de Pasión, me haré bálsamo para el Cuerpo sacrosanto qué los hombres no supieron adorar.

Y la vid: Soy aquella de quién, tomará  nombre el Señor cuando diga: «Yo soy la vid  y vosotros los sarmientos». ¡Ya tardan en hacerme vino transformable en la Sangre de Cristo!

Y al fin: Soy la espiga. Para mí,  amable es la sementera, dulce el molino, pero, sobre todo, grande es Dios que tomará mis accidentes para hacerse alimento del hombre. Cantemos hasta que llegue el instante en que mis tallos tronchados en blandas pajuelas, reciban el níveo Cuerpo de Jesús.

Se pierde ya la cabalgadura por el senderillo de Belén, con su cortejo de alabanzas corales. Irresistiblemente me atraen y trato de seguirles, pero mis manos, se han enredado en una cosa acarminada, suave, acariciadora:  Es una  rosa henchida, radiante, abierta a la plenitud meridiana de una primavera única.


[1] Publicado también en la revista “Lábaro” (Diciembre 1956). Se reproduce también en la selección de cuentos, publicada en Madrid 2000, por la Asociación de Amigos de Manuel Lozano: “Cuentos en ‘la sostenido’  ”.


Fuente: Blog de ReligionEnLibertad.com



Fundación Amigos de "Lolo"

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