lunes, 6 de abril de 2020

El desaparecido tríptico de Covadonga, fundido por los republicanos en Santander

La solución final de este tríptico resultó de una riqueza extraordinaria, y fue catalogado como una de las grandes obras de la orfebrería española del siglo XX.



FRANCISCO JOSÉ ROZADA

Como es bien sabido, el próximo 8 de septiembre se celebrará el primer centenario de la coronación canónica de la imagen de la Virgen de Covadonga. Con joyas y donativos aportados por todos los asturianos, la corona fue realizada en 1918 en el taller madrileño de orfebrería del sacerdote de Pola de Lena, don Félix Granda Buylla. Está realizada con 551 gramos de oro y 232 de platino, 32 perlas, 983 rubíes, 2.572 zafiros, 2.046 “rosas de Francia” (corindones rosas) y 1.109 brillantes, con esmaltes azules. El modelo elegido fue el de corona real nimbada por aureola y representación del Espíritu Santo para la imagen de la Virgen, mientras la del Niño está inspirada en las coronas imperiales carolingias (con 115 gramos de oro, 85 g. de platino, 52 brillantes, 72 zafiros, 759 “rosas de Francia” y 25 perlas). En su origen la corona se mostraba a los fieles sobre la cabeza de la bella imagen sedente que había tallado el escultor valenciano José Capuz Manzano. Con la plata, pedrería, perlas y joyas sobrantes y no empleadas en la elaboración de estas dos coronas, se decidió crear el conocido como “Tríptico de Covadonga”, un gran expositor para dichas coronas y una arqueta para guardar las joyas sobrantes, con la finalidad de que el peregrino que llegase a estas montañas las encontrase formando un conjunto, no separadas y descontextualizadas.



Cuenta el doctor en Historia del Arte, Gerardo Díaz Quirós, en: “Covadonga, iconografía de una devoción” (Mercantil Asturias, 2001) que el diseño era una especie de retablo-cofre con una imagen sedente de María con el Niño sobre sus rodillas, que recordase a la que estaba en la cueva antes del gran incendio de 1777, (recordemos que la cueva estaba dividida en dos pisos, en el superior se veneraba una imagen de unos 60 cm. -algo parecida a la actual Santina- y conocida como Virgen de las Batallas, y en la parte inferior había otra imagen -sentada y sin ropajes- conocida como la Virgen del Sagrario).

Félix Granda le encargó a José Capuz Manzano que interpretase esta última imagen desde una estética contemporánea, pero sin romper con la tradición. Capuz realizó la talla mariana en madera de cedro y la recubrió de metales preciosos, empleando alabastro para el rostro y las manos, con el fin de darle más fastuosidad; resultando una imagen de porte solemne, pero no barroca, que sostiene sobre una de sus rodillas al Niño, rodeándole con su brazo, y en su mano derecha presenta una pequeña fruta, además de apoyar sus pies en un escabel. La imagen se presentaba sobre un pedestal de mármol con magníficos relieves en plata, que hacían alusión a la batalla de Covadonga. Aunque hoy nos resulte extraño, esta imagen salía en procesión por el santuario cada 8 de septiembre, en los años veinte. Capuz había nacido en 1884 y fue el último eslabón de una saga de escultores asentados en Valencia, de origen genovés; se había formado en notables academias de Bellas Artes de Roma, País y Valencia.

La solución final de este tríptico resultó de una riqueza extraordinaria, y fue catalogado como una de las grandes obras de la orfebrería española del siglo XX. En realidad, este retablo se iba a denominar “Monumento Conmemorativo del XII Centenario y de la Coronación de la Virgen de Covadonga”, y estaba previsto instalarlo en la capilla del lado de la Epístola, en la basílica, donde ahora se encuentra una poco afortunada imagen del Padre Poveda. El marco exterior de todo el conjunto se cerraría de forma hermética con una potente plancha, toda ella revestida de mármoles y bronces, y se ideó un ingenioso mecanismo para que -al subir o bajar esta plancha- la imagen de la Virgen se desplazase hacia delante o hacia atrás.

Si el tríptico estuviese cerrado, mostraría un retablo con un Cristo Crucificado de tamaño natural, pero al abrirse el monumento aparecería el altar de Santa María de Covadonga, coronada. El resto del tesoro se situaría a los pies del retablo, en una potente y compacta caja. La revista “Covadonga” recogía en agosto de 1923 que toda la capilla debería estar cerrada con una doble verja de seguridad, ricamente decorada con artística forja. Todo el proyecto se puso en manos de los mejores artistas del país: cinceladores, escultores, doradores y diseñadores, todos bajo la dirección de Félix Buylla, que dejó otros múltiples trabajos dentro y fuera de España Todo el retablo para Covadonga -continúa señalando el citado doctor Díaz Quirós- se confeccionó en plata dorada, sobre alma de madera, e incorporaba también oro, pedrería y esmaltes, con un arco de medio punto en su calle central sobre delicadas columnas, en cuyo fuste se colocaron profetas, patriarcas y reyes, y se asentaban sobre zócalos con leones heráldicos. Tras la cabeza de la Virgen -a modo de nimbo o aureola- se colocó un disco de filigrana cuajado de pedrería y la Cruz de la Victoria. La Coronación de la Virgen se mostraba en el tímpano, sobre un fondo azul,  con estrellas de brillantes. En las calles laterales -a modo de puertas- destacaban San Mateo y Santa Eulalia (memoria de Oviedo y de la Diócesis, respectivamente) en la parte superior, y dos escenas centrales relativas a la Natividad de María y a la Adoración de los Reyes. Los escudos de España y Asturias iban en la parte inferior, centrados y rodeados de animales, con  representaciones de la agricultura, pesca, minería y metalurgia.

En el atardecer del 8 de diciembre de 1923, la dos coronas fueron robadas en el piso bajo de la sala capitular, en Covadonga, lugar en el que estaba el tríptico. El alemán Nils Wolmann -que se alojaba en el hotel Sta. Cruz de Cangas de Onís mientras hacía algunos trabajillos como mecánico- fue el autor del robo y, ambas coronas -tras su confesión- aparecieron enterradas cuatro días después en el lugar llamado El Escobio, a orillas del río Güeña. Nils fue condenado a seis años de prisión, de los que cumplió dos y -como indemnización- hubo de pagar 12.000 pts. al abad. Tras su indulto fue bautizado en Oviedo, siendo su padrino el Marqués de la Vega de Anzo.

Poco más de una década pudieron contemplar los extasiados peregrinos esta monumental joya-retablo de Covadonga, porque en el año 1936 el tríptico fue requisado por las tropas republicanas que ocuparon el santuario en los inicios de la Guerra Civil, y acabó siendo fundido en Santander.

Se salvaron las coronas (ahora expuestas en el Museo de Covadonga) porque -previamente- fueron trasladadas a Oviedo, así como la imagen sedente de María, la cual puede verse en la Colegiata de San Fernando, al pie de la cueva, pero sin la capa de metal precioso que la recubría.


Francisco José Rozada es el Cronista Oficial de Parres.
Publicado en ELFIELATO

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