jueves, 5 de agosto de 2021

Beatificación del sacerdote asturiano Juan Alonso, uno de los Mártires de El Quiché


El viernes 28 de mayo de 2021 tuvo lugar, en la Catedral de San Salvador de Oviedo, a las 19,30 h. la eucaristía de acción de gracias por la beatificación del misionero asturiano. El P. Juan Alonso nace el 29 de noviembre de 1933 en Cuérigo, pequeña aldea situada a unos 40 kilómetros de Oviedo. Hace sus primeros estudios en Valladolid, en el Colegio de los Misioneros del Sagrado Corazón.

 


El año de noviciado lo pasa en Canet de Mar (Barcelona). Después cursa Filosofía y Teología (1953-1960) en Logroño. En 1960 es destinado a la parroquia de San Andrés, situada a más de 30 kilómetros de Santa Cruz de El Quiché (Guatemala), uno de los Departamentos más pobres y abandonados del país.


En 1962, tras la decisión del Gobierno de Indonesia de no permitir la presencia de sacerdotes de Holanda, que había sido el país colonizador, la Congregación pide voluntarios que puedan suplirlos. Juan manifiesta su disponibilidad y en junio de 1963 marcha a Sulawessi, una de las mayores islas del archipiélago, donde permanece hasta que el Gobierno de Indonesia permite la libre actuación de los misioneros holandeses. En espera de nuevo destino, Juan regresa a España, pasando antes tres semanas en Roma.


Es diciembre de 1965. Anota en su Diario: "Fue providencial, para rehacerme interiormente y encontrar nuevos alientos, que mi presencia en el corazón de la cristiandad coincidiera con los días finales del Concilio Vaticano II, esa increíble irrupción del Espíritu en la Iglesia de nuestro tiempo". Le impresionan las catacumbas: "Mi contacto con la Iglesia del Concilio, tan viva, tan dinámica y esperanzadora, y también con estos testimonios de las comunidades primitivas cristianas, ha sido para mí algo más que una coincidencia ocasional o fortuita. De algún modo he visto con mis ojos y he palpado con mis manos la presencia del Señor a través del tiempo. Y he renovado mi 'aquí estoy' y mi disponibilidad para cualquier llamada".


Estuvo en Asturias de enero a marzo de 1966. Allí conoció la muerte del sacerdote guerrillero Camilo Torres, el día 15 de febrero de 1966, combatiendo contra las fuerzas militares colombianas. Dice su hermano Arcadio en su libro Tierra de nuestra tierra: "No podía sospechar que precisamente ese mismo día, quince años más tarde, él mismo sería asesinado en Guatemala. Aunque él no compartía la opción de miembros del clero por la violencia revolucionaria, respetaba las actitudes que estaban a su base y que eran un signo de las actitudes de la Iglesia latinoamericana ante las situaciones de injusticia que vivían aquellos pueblos. Personalmente, seguía admirando a los defensores de la no-violencia, como Martin Luther King, luchador por la libertad de los negros, o bien Gandhi, tan activo en el empeño de poner fin a la explotación de la India y artífice de su independencia". En Asturias se encuentra también con el Diario de un alma de Juan XXIII. El Papa recuerda que en la primera conversación que mantuvo con su Secretario de Estado, el 20 de enero de 1959, salieron inesperadamente de sus labios las palabras 'Concilio Ecuménico', 'Sínodo Diocesano' y 'revisión del Código de Derecho Canónico', en contra de toda suposición o imaginación suya en este punto. En una nota escrita poco después por el propio Papa, se añade: "Este es el misterio de mi vida; no busquéis otras explicaciones".


No podía dejar de producir inquietud en muchos católicos la actitud mantenida por grupos integristas que se mostraban hostiles a las orientaciones del Papa. Por ejemplo, en un escrito publicado en Francia en 1963, con el título S.O.S. Concilio llegaba a afirmarse que "aunque Juan XXIII no es el Anticristo, sí es una primera aproximación de él, un signo precursor de lo que anuncia", a la vez que se formulaba una descalificación abierta de sus colaboradores más íntimos (entre ellos, el cardenal Montini, futuro Pablo VI).


En la primavera de 1966 Juan vuelve a Guatemala, dispuesto a establecerse en Lancetillo, en el corazón mismo de la Zona Reyna. Allí pudo comprobar la labor realizada por sus compañeros: "Se habían creado nuevas parroquias, apoyadas por equipos pastorales muy activos, a la vez que estaban en marcha proyectos de ayuda y de promoción de los indígenas (centros de enseñanza y de salud, cooperativas, asociaciones campesinas, cursillos, escuelas radiofónicas). Estos esfuerzos encontraban, en muchos casos, oposición por parte de grupos poderosos que tenían el control de la economía y del comercio - con la complicidad encubierta de las propias autoridades civiles -, más interesadas en mantener a los indígenas en su postración que en favorecer cualquier proceso de cambio que pudiera cuestionar su posición privilegiada".

Poco a poco, fue preparando los materiales e infraestructuras para las obras que proyectaba: una iglesia, una casa-convento y una escuela, además de otras dependencias para atender a los servicios que necesitaba la comunidad. Son múltiples los oficios que desempeña: carpintero, albañil, plomero, encargado de organizar el arrastre de pesadas vigas desde largas distancias. Lo fundamental era mantener una presencia activa al lado de sus gentes: "menos declaraciones verbales y más vida compartida", dice en una de sus cartas.

Durante su estancia en Lancetillo, Juan regresa a Asturias en dos ocasiones. La primera es en 1971, de mayo hasta el fin del verano. La segunda, en 1977, desde mediados de mayo hasta septiembre. "Recuerdo, dice Arcadio, el momento de su partida.

Cuando le abrazaba en el aeropuerto, deseándole un feliz viaje y manifestando el deseo que todos compartíamos de verle de nuevo entre nosotros, me miró unos instantes fijamente y, sin perder la sonrisa, se limitó a decir: 'no olvides que los caminos de Dios no son nuestros caminos'. Desde la distancia temporal, esa referencia intencionada al conocido pasaje de Isaías (55,8) admite 'lecturas' y tomas de posición diferentes. Invito al lector a que, en su momento, ensaye una interpretación personal propia".

Un grupo de jesuitas lo denunciaba en 1979: “Un régimen de fuerza injusta trata de evitar que el pueblo trabajador reclame sus justos derechos. En nuestro país se secuestra, tortura y asesina al amparo de vehículos sin placa, de emboscadas nocturnas, de terror selectivo y, a la vez, masivo e indiscriminado...Todos estos crímenes quedan en absoluta impunidad. Por otro lado, es ya proverbial que en Guatemala no hay presos políticos, sólo muertos y desaparecidos”.

En un Informe encargado por el Departamento de Estado norteamericano, en el año 1969, se manifestaba una evidente preocupación a causa de los cambios que se estaban produciendo en la Iglesia: “su cumple los acuerdos de Medellín, atenta contra nuestros intereses”. En aquellos años se afianzaba en el continente la “Doctrina de la Seguridad Nacional”. Mientras tanto, entre la Conferencia de Medellín (1968) y Puebla (1979), se desarrolla en América Latina la “teología de la liberación”.

La campaña de amenazas, acompañadas del asesinato de catequistas y colaboradores, culmina el 4 de junio de 1980 con la emboscada tendida por el ejército al religioso José María Gran y a su acompañante, Domingo B. Batz. Para los portavoces militares, los muertos son dos subversivos “caídos en enfrentamiento guerrillero”; a la vileza del atentado se añadía el cinismo de la difamación. Pocas semanas después, el 10 de julio, otro religioso, Faustino Villanueva, es asesinado por dos desconocidos, que habían solicitado ser recibidos en el despacho parroquial.

La muerte de sus dos compañeros provoca en Juan una honda conmoción. Dice su hermano Arcadio: “En una carta fechada el 13 de julio de 1980, inmediatamente después de la Misa funeral concelebrada en memoria del P. Villanueva, me comentaba que había tenido el honor de ser uno de los que trasladaron el féretro, le parecía sentir un hondo desgarro, como si aquellas experiencias dolorosas estuvieran cuestionando su presencia en el Departamento de El Petén, menos conflictivo en aquellos momentos”. Los misioneros se habían replanteado su presencia en El Quiché, en espera de una situación más propicia. Sin embargo, en enero de 1981, Juan decide volver: “Yo sé que mi vida corre peligro. No deseo que me maten, aunque tengo algún presentimiento. Pero, por miedo, jamás, negaré mi presencia”. Mientras se acerca el día de retorno, Juan sigue con atención los acontecimientos y constata que el genocidio se intensifica, de acuerdo con una lógica despiadada de exterminio.

Su presencia entre los campesinos sólo va a durar tres días. El 13 de febrero de 1981 Juan está en Uspantán, municipio de El Quiché. Al atardecer, un grupo de militares le obliga a trasladarse al acuartelamiento próximo para ser interrogado. No dudan en recurrir a amenazas, insultos y burlas soeces, forzándole también a ingerir aguardiente. Después de varias horas de retención, es dejado en libertad. El día 15, después de comer, sale en moto hacia Cunén, población situada a veinte kilómetros. Por la información fidedigna de algunos testigos, es derribado de la moto y golpeado, después le quiebran una pierna para vencer su resistencia y doblegarlo. Finalmente, tres disparos en la cabeza ponen fin a su vida.

A mediodía del 17, en Chichicastenango se coloca el féretro de Juan y comienza la celebración de la Eucaristía, con la iglesia casi vacía. Preside el administrador apostólico de El Quiché, Victor Hugo Martínez. El obispo Juan Gerardi, que sería asesinado el 26 de abril de 1998, está exiliado.

Concelebran dos obispos más y cuarenta sacerdotes. Están presentes muchos religiosos y religiosas venidos de fuera. A los compañeros de Juan les dolía la ausencia popular. Uno dijo para sí: "Juan, no te mereces esto". Pero, una vez más, el terror es vencido. A los pocos minutos, antes de la homilía, el espacioso templo parroquial se llena totalmente, desde la entrada hasta el altar. Juan es sepultado en la tierra. Es el último signo de identificación con la gente de El Quiché, Tierra de nuestra tierra.

Jesús López Sáez, 17 de marzo de 2009.

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