Eres, María, la azucena
que Dios plantó en su jardín,
blanca flor de luz serena,
sin espina en el confín.
Eres la rosa encendida,
del amor perpetuo altar,
que en el invierno de la vida,
se abre para perfumar.
Eres clavel en la ventana
del cielo que se asoma acá,
flor de la gracia temprana
que nunca se marchitará.
Jardín de las divinas flores,
donde el Espíritu, cual rocío,
pintó en tus labios colores
y en tu alma, el don del Mío.
Virgen, ramo que recrea
al mismo Dios con tu olor,
pues en tu vientre florecea
la Eterna y Santa Flor.
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