Entrando en el siglo XV de la Encarnación del Verbo Eterno, un hombre que apacentaba ganado o había salido a cazar, hallándose en el termino de la villa de Almonte, en el sitio llamado La Rocina, advirtió en la vehemencia del ladrido de los perros, que se ocultaba en aquella selva alguna cosa que les movía a aquellas expresiones de su natural instinto.Penetró aunque a costa de no pocos trabajos, y en medio de las espinas, halló la imagen de aquel sagrado lirio intacto de las espinas del pecado, vió entre las zarzas el simulacro de aquella mística zarza ilesa en medio de los ardores del original delito, miró una imagen de la Reina de los Ángeles de estatura natural, colocada sobre el tronco de un árbol. Era de talla y su belleza peregrina. Vestíase de una túnica de lino entre blanco y verde, y era su portentosa hermosura atractivo aun para la imaginación mas libertina.
Hallazgo tan precioso como no esperado, llenó al hombre de un gozo sobre toda ponderación, y queriendo hacer a todos patente tanta dicha, a costa de sus afanes, demostrando parte de aquel cerrado bosque, sacó en sus hombros la soberana a campo descubierto, pero como fuese su intención colocar en la Villa de Almonte, distante tres leguas de aquel sitio, el bello simulacro, siguiendo en sus intentos piadosos, se quedó dormido a esfuerzo de su cansancio y su fatiga. Despertó y se halló sin la sagrada imagen, penetrado de dolor, volvió al sitio donde la vió primero, y allí la encontró como antes.
Vino a Almonte y refirió todo lo sucedido con la cual noticia salieron el clero y cabildo de esta villa y hallaron la santa imagen en el lugar que el hombre les había referido, notando ilesa su belleza, no obstante el largo tiempo que había estado expuesta a la inclemencia de los tiempos, lluvias, rayos de sol y tempestades.
Poseídos de la devoción y el respeto, la sacaron entre las malezas y la pusieron en la iglesia mayor de dicha Villa, entre tanto en aquella selva se le labraba templo. Hízose, en efecto, una pequeña ermita de diez varas de largo, y se construyo el altar para colocar la imagen, de tal modo que el tronco en que fue hallada le sirviese de peana. Adorándoos en aquel sitio con el nombre de La Virgen de las Rocinas
Texto sacado del libro:
"El Rocío Siempre"
Á. Díaz de la Serna, A. Salas Delgado y J. Mairena Valdayo
Córdoba, 1978.
FOTOGRAFÍAS: ROSARIO SUÁREZ
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