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martes, 20 de noviembre de 2018

El emperador Constantino y la Iglesia



Flavius Valerius Aurelius Constantinus (272-337), conocido como Constantino I o Constantino el Grande, fue emperador del Imperio Romano desde el año 306 al 337. Ha pasado a la historia como el primer emperador cristiano. Era hijo de un oficial griego, Constancio Cloro, que el año 305 fue nombrado Augusto a la vez que Galerio, y de una mujer que llegaría a ser santa, Helena.


Al morir Constancio Cloro en el 306, Constantino es aclamado emperador por las tropas locales, en medio de una difícil situación política, agravada por las tensiones con el antiguo emperador, Maximiano, y su hijo Majencio. Constantino derrotó primero a Maximiano en el 310 y luego a Majencio en la batalla de Ponte Milvio, el 28 de octubre del 312. Una tradición afirma que Constantino antes de esa batalla tuvo una visión. Mirando al sol, al que como pagano daba culto, vio una cruz y ordenó que sus soldados pusieran en los escudos el monograma de Cristo (las dos primeras letras del nombre griego superpuestas). Aunque siguió practicando ritos paganos, desde esa victoria se mostró favorable a los cristianos. Con Licinio, emperador en oriente, promulgó el llamado “edicto de Milán” (ver pregunta siguiente) favoreciendo la libertad de culto. Más tarde los dos emperadores se enfrentaron, y en el año 324 Constantino derrotó a Licinio y se convirtió en el único Augusto del imperio.




Constantino llevó a cabo numerosas reformas de tipo administrativo, militar y económico, pero donde más destacó fue en las disposiciones político-religiosas, y en primer lugar las que iban encaminadas a la cristianización del imperio. Promovió estructuras adecuadas para conservar la unidad de la Iglesia, como modo de preservar la unidad del estado y legitimar su configuración monárquica, sin que haya que excluir otras motivaciones religiosas de tipo personal. Junto a disposiciones administrativas eclesiásticas, tomó medidas contra herejías y cismas. 

Para defender la unidad de la Iglesia luchó contra el cisma causado por los donatistas en el norte de África y convocó el Concilio de Nicea para resolver la controversia trinitaria originada por Arrio. El 330 cambió la capital del imperio de Roma a Bizancio, que llamó Constantinopla, lo que supuso una ruptura con la tradición, a pesar de querer enfatizar el aspecto de capital cristiana. Como entonces ocurría a menudo, no fue bautizado hasta poco antes de morir. El que le bautizó fue Eusebio de Nicomedia, obispo de tendencia arriana.

Junto a los fallos de su mandato, entre los que se encuentran los generalizados en el tiempo en que vivió, no se puede negar el logro de haber dado libertad a la Iglesia y favorecer su unidad. No es, en cambio, históricamente cierto que para conseguirlo Constantino determinara entre otras cosas el número de libros que debía tener la Biblia. En este largo proceso, que no acabó hasta más tarde, los cuatro evangelios eran desde hacía ya mucho tiempo los únicos que la Iglesia reconocía como verdaderos. Los otros “evangelios” no fueron suprimidos por Constantino, ya que habían sido proscritos como heréticos decenas de años atrás.

Bibliografía:

J. de la Torre Fernández y A. García y García, “Constantino I, el Grande”, en GER VI, Rialp, Madrid 21979, 309-312;

M. Forlin Patrucco, “Constantino I”, en Diccionario Patrístico y de la Antigüedad Cristiana (ed. A. di Berardino), Sígueme, Salamanca 1991, 475-477;

A. Alfoldi, Costantino tra paganesimo e cristianesimo, Laterza, Bari 1976.Ç

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