En un pequeño pueblo de montaña, donde el invierno era crudo, vivía Mateo, un niño de nueve años que ayudaba a su abuelo a vender leña en la plaza. Ese año, la miseria había apretado más que la escarcha. La víspera de Navidad, mientras los vecinos compraban sus últimos adornos, Mateo miraba triste un pequeño abeto que había crecido junto al camino. Lo había cuidado en secreto todo el año, soñando con decorarlo. Pero no tenía ni una cinta, ni una estrella.
Al caer la noche, una anciana desconocida, con ropas muy delgadas, se acercó tiritando. "¿Tendrías un poco de fuego para estas manos viejas?", preguntó. Sin dudar, Mateo corrió a su casa y trajo de la chimenea dos carbones encendidos en un viejo cazo. La mujer los tomó con gratitud, y sus ojos brillaron al ver el arbolito. "Es hermoso, pero le falta algo", murmuró.
Al instante, tomó los dos carbones y, con una suavidad asombrosa, los colocó entre las ramas más altas. En lugar de tiznar las agujas, los carbones comenzaron a brillar con una luz cálida y dorada, como dos luceros pequeños. Luego, la mujer sopló suavemente sobre las ramas, y donde su aliento tocaba, aparecían destellos plateados que semejaban hermosos hilos de escarcha. Mateo la miró con los ojos desorbitados.
"El primer Belén no tuvo más luces que las del cielo, ni más adorno que el amor", dijo ella con una sonrisa. "Tu árbol es perfecto, porque nació de un corazón atento. Él vio lo que nadie más veía". Y, tras decir esto, desapareció entre la niebla de la noche, dejando solo un aroma a rosas y a pan recién horneado en el aire helado.
La noticia corrió por el pueblo. La gente salió a ver el árbol humilde que brillaba con una luz propia, sin cables ni velas. Esa noche, Mateo y su abuelo no estuvieron solos. Vecinos que antes pasaban de largo compartieron con ellos el chocolate caliente junto al árbol milagroso. Y comprendieron, mirando aquellos dos carbones convertidos en astros, que la verdadera Navidad llega cuando se ofrece, como el Niño de Belén, el calor que se guarda dentro, por pequeño que parezca.

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