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viernes, 17 de febrero de 2017

Arte Imaginero: Pablo de Rojas y el Patrón de Archidona (Málaga)


Pablo de Rojas fue una figura clave del arte en Andalucía. Su vida trascurrió entre la segunda mitad del siglo XVI y los primeros años del XVII. Una convulsa época de cambios que va desde ese último renacimiento que llamamos manierismo hasta el primer barroco. Rojas, que había nacido en Alcalá la Real, era hijo de un artista sardo. Fue el creador de una nueva y revolucionaria manera de entender la imaginería, disciplina a la que supo dotar de emoción, teatralidad y brío.


Y lo hizo, además, en un momento clave, ya que a raíz del Concilio de Trento comenzaban a aparecer, por doquier, esas tallas procesionales que posteriormente darían vida a nuestra actual Semana Santa. Si hasta la irrupción del jiennense la escultura religiosa había sido considerada, salvo raras excepciones, una disciplina menor, el concepto comienza a cambiar con él. Desde Granada, ciudad en la que monta taller, la fama de Rojas se extendió rápidamente, surgiéndole infinidad de encargos a los que confirió un inconfundible sello particular. Especialmente en el caso de sus Nazarenos. En esta iconografía el maestro se superó a sí mismo dotando a sus soberbias obras, todas de talla completa y ropajes estofados, de una imponente y enigmática expresividad.

Vienen estas reflexiones al caso de la salida en procesión extraordinaria, el pasado sábado, del Nazareno de Archidona. Una de las imágenes más celebradas de cuantas se atribuyen a Pablo de Rojas. El Sagrado Titular de la Cofradía de la Santa Cruz en Jerusalén, Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santísimo Cristo de la Expiración y María Santísima del Amor y Sangre volvió a dirigir su sobrecogedora mirada a un pueblo que quiso ser testigo de excepción del reconocimiento eclesiástico de su patronazgo.

Bajo un atardecer rosado, digno de las mejores pinturas románticas, la vieja talla emprendió su camino pasadas las 17:00 horas. Y lo hizo como lo hace cada Jueves Santo. Con esa prodigiosa zancada que, desde finales del siglo XVI, une en postura inverosímil y casi imposible, el pasado con el presente. Recorriendo la misma vía dolorosa que, allá por el año del señor de 1616, le vio pasar en procesión rogativa de lluvias. Deteniéndose ante los viejos rincones y muros que bendijo con su presencia, y en compañía de la Virgen de Gracia, el 4 de mayo de 1743, después de que su divina misericordia acabase con una devastadora plaga de orugas que asolaba los campos.

Y por eso Archidona, que es un pueblo viejo, sabio y agradecido, lo esperaba en las calles para honrarlo. Como siempre. Con la misma devoción que ya le había mostrado aquel ya lejano 17 de noviembre 1804, día en el que sus vecinos aprobaron votarle como patrón de la ciudad junto a la Virgen de Gracia. Un nombramiento que la impericia del escribano y el silencio de la historia hizo necesario ratificar en 2004 por parte del Ilustre Ayuntamiento y, este pasado sábado por la de iglesia diocesana, que con su obispo al frente acudió a hacer entrega del correspondiente decreto.

Una sencilla cruz de cantones dorados, reflejo de las últimas luces del crepúsculo, guiaba la procesión Calle Empedrada abajo. Le seguían nueve campanilleros, elemento característico de los desfiles archidoneses que, en filas de tres, se esforzaban en agitar rítmicamente con sus manos, cubiertas por guantes blancos, viejos badajos de metal sostenidos por un asa de cuero. Seis exquisitos faroles de mano alumbraban con fe nazarena el sendero que seguían cuatro chicos y chicas custodiando el Libro de Reglas. Y, tras ellos, largas filas de rostros marcando dos imposibles caminos de cirios encendidos sobre la calzada. Todas las hermandades y cofradías archidonesas acudieron a la cita. Cada una de ellas lo hizo con una representación presidida por su correspondiente Guión y con el Hermano Mayor al frente sosteniendo, jerárquicamente, la vara más alta y lujosa. Otra característica y peculiar nota de las buenas maneras cofrades que imperan en la localidad.

En la Plaza Ochavada, esa fantasía dieciochesca de ladrillo rojo, cal y persianas que diseñaron en 1786 los alarifes Francisco Astorga y Antonio González, la corporación municipal aguardaba impaciente. El acto es breve y sencillo, pero digno. Tras una corta lectura institucional, se hace entrega de la Llave de oro de la ciudad a la venerada imagen. Un reconocimiento que recoge el Hermano Mayor entre tímidos aplausos.




Es hora de emprender el camino de vuelta. Junto a la bocana que da paso a la Fuente de las Monjas veo pasar al Nazareno. Apenas hay espacio. Su mirada avizorada se cruza con la mía en medio de la fría noche. Jesús camina sobre un monte de claveles rojos cargando con su cruz de caoba y plata. Y lo hace sobre un trono barroco, iluminado de manera natural por cuatro fanales de metal dorado que no restan protagonismo a la talla ni distraen la atención. Mis ojos se recrean en cada detalle. Las potencias de plata, los cuatro querubines, la pequeña urna del frontal que alberga la Medalla de oro del consistorio. Sin duda, un cuadro majestuoso.

El cortejo sigue su trayecto. A él se han incorporado la corporación municipal, bajo mazas, y dos emocionados hermanos, que sostienen con orgullo la recién otorgada Llave de oro y su correspondiente credencial. El Nazareno gira ahora hacia la ancha calle Nueva. Unos metros más tarde, el Convento de las Mínimas le aguarda con las puertas abiertas. Las monjas, desde la clausura, honran al Patrón de Archidona con sus cantos mientras los casi noventa portadores, ataviados con túnica y frontil, giran cadenciosamente el trono.

Termina, por fin, la larga y pronunciada cuesta. Cerca del Pósito, en su Casa Hermandad, espera la directiva de la cofradía de otro añejo Nazareno archidonés, aunque en este caso barroco: el Dulce Nombre. A la obligada y fraternal alocución semanasantera, le sigue una breve pieza de piano. El capataz golpea de nuevo la campana y Jesús se eleva, majestuosamente, para proseguir su andar. El trono da la vuelta a la plaza mientras la Agrupación Musical Virgen de Gracia interpreta la pieza "Nuestro Padre Jesús de la Victoria". A poca distancia, en la torre de ladrillo de la Iglesia del Nazareno, el viejo reloj marca la hora. Sus campanas se unen a las de los campanilleros y los herrajes de la veleta señalan que la procesión ha llegado a su fin. La sombra, casi sobrenatural, de la imagen se apodera primero, de las paredes de la Calle Carrera para detenerse sobre la elegante portada barroca de su sede.

En algún lugar, sé que Pablo de Rojas se regocija al cerciorarse de que un Nazareno salido de sus gubias vuelve, otra vez, a hacerle justicia. Y poco importa el olvido de los libros de historia del arte si el reconocimiento le viene, al maestro, de manos de todo un pueblo.


Salvador David Pérez González
Fotografías: Diario Sur

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