Jesucristo, Dios verdadero de Dios verdadero,
para no dejar ni un momento
a la humanidad abandonada a sí misma,
quisiste, antes de morir,
instituir el Sacramento de la Eucaristía;
en El estás, no sólo como luz
y alimento de las almas,
sino también como Sol de vida
y felicidad de tos pueblos.
Yo te adoro por las maravillas de tu amor.
A ti acudo, mi Divino Bien,
para que cures mis profundas llagas.
Imploro tu piedad, para que me perdones,
Padre todo misericordioso.
He sido ingrato y no merezco tu clemencia,
pero Tú, sin merecerla, me la ofreces,
poniéndola ante los ojos.
Tú me llamas, diciéndome:
Venid a mí todos los que trabajáis
y estáis cargados y yo os daré refrigerio.
Desde tu Sacramento me das tu gracia,
el perdón de mis culpas,
los bienes que necesito.
Concédeme rechazar
todo lo que en mí es malo, servirte siempre,
nunca ofenderte, llorar lo pasado,
aspirar a lo eterno.
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