Martín Facundo Andrade, de 38 años, comulgó en la Tenderina el domingo, tras integrarse como costalero en Los Estudiantes
Carolina G. MENÉNDEZ
De escéptico y hostil con la religión ha pasado a ser un creyente convencido. Este cambio espiritual en la vida de Martín Facundo Andrade se produjo tras entrar a formar parte de la hermandad de Los Estudiantes, cofradía vinculada a la iglesia parroquial de San Francisco Javier de la Tenderina, donde el pasado fin de semana, festividad del Corpus, este argentino de 38 años recibió la primera comunión. Culminaba, así, un período de formación de dos años de la mano de la catequista Pilar Rosales.
«El tiempo dedicado a la catequesis fue duro. Yo sentía rebeldía hacia la Iglesia, renegaba de muchos aspectos que la rodean, pero Pili sacó esa obstinación de mí y aprendí a no ver al hombre y sí a ver a Dios», señaló este argentino residente desde hace siete años y ocho meses en Oviedo, donde vive con su mujer, española de nacimiento pero criada en Argentina, y sus dos hijos.
Martín Facundo Andrade, soldador de profesión que trabaja como mozo de almacén, dice sentirse muy feliz tras haber recibido la primera comunión. «El domingo fue un día muy emotivo para mí», asegura. Y esta dicha se la debe, según reconoce, a la Hermandad de los Estudiantes, que conoció a través de unos amigos. «Hablábamos de la iglesia y yo decía que era católico pero no practicante, una excusa habitual de quienes no vamos a misa». Poco a poco, el rechazo hacia la Iglesia se transformó en atracción. Conoció por dentro la cofradía, entró a formar parte de ella y «como costalero, al llevar al Señor sobre nuestros hombros y ver la unidad, el respeto, la ayuda y el sentimiento que existía en el grupo, me tocó lo más hondo; comencé entonces a sentir un cambio especial dentro de mí», confiesa.
El contacto con esta comunidad cristiana, reconoce, le hizo cambiar, comprender que ser cofrade significa ayudar y que ser cristiano implica respeto y un compromiso con los demás. Y de la mano de la cofradía se acercó a la Iglesia. «Recuerdo cómo llegó el primer día, cargado de escepticismo y de dudas pero con ganas de querer conocer a Jesús. De estar en contra de todo pasó a ser un anunciador. Su vida es como la de un calcetín al que das la vuelta», señaló Alberto Reigada, párroco de San Francisco Javier de la Tenderina y sacerdote que le confesó y dio la primera comunión. Ayer recordaba el camino que recorrió junto a Martín Facundo. «Ha sido una experiencia preciosa. Con hechos como éstos ya merece la pena ser cura». La primera confesión fue un momento especial para el sacerdote: «Fue una confesión de casi 40 años de vida, preciosa, muy sentida y en la que él experimentó la misericordia de Dios».
Pilar Rosales, de 72 años y catequista desde hace muchos años, rememora el período de formación de Martín Facundo como «la construcción de un camino para llegar a Jesucristo». Durante dos años, un día a la semana, esta catequista que define a su alumno como «un diamante que hay que pulir» se volcó en enseñarle «a ser cristiano». Sus enseñanzas han calado en su pupilo, que volvería a repetir esta etapa que dice «ha cambiado mi vida». «Invito a la gente a ser cristiano. Y aunque hay personas que me dicen que soy tonto, respeto sus opiniones».
DIARIO "LA NUEVA ESPAÑA":
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