La Inmaculada Concepción de María
es el dogma de fe que declara que, por una gracia especial de Dios, Ella fue
preservada de todo pecado desde su concepción.
En el año 2004 se celebró el 150
aniversario de la Proclamación del Dogma de que María fue concebida sin pecado
original, sin mancha. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de
diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.
"...declaramos, proclamamos
y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue
preservada inmune de todo mancha de la culpa original en el primer instante de
su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención
a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelado por
Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles
... " Pío IX, bula Ineffabilis
Deus, 8 de diciembre de (1854).
La Concepción: Es el momento en
el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los
padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana. María quedó
preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en
el vientre de su madre Santa Ana. Es decir, María es la "llena de
gracia" desde su concepción. Cuando hablamos de la Inmaculada Concepción
no se trata de la concepción de Jesús, quien, claro está, también fue concebido
sin pecado.
"Dios inefable, (...)
habiendo provisto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el
género humano que había de derivarse de la culpa de Adán, y habiendo
determinado, en el misterio escondido desde todos los siglos, culminar la
primera obra de su bondad por medio de la encarnación del Verbo (...), eligió y
señaló desde el principio y antes de todos los siglos a su unigénito Hijo, una
Madre, para que, hecho carne de Ella, naciese en la feliz plenitud de los
tiempos; y tanto la amó por encima de todas las criaturas, que solamente en
Ella se complació con señaladísima benevolencia.
Como nos indican las anteriores
palabras de Pío IX, la concepción inmaculada de la Virgen María es un
maravilloso misterio de amor. La Iglesia lo fue descubriendo poco a poco, al
andar de los tiempos. Hubieron de transcurrir siglos hasta que fuera definido
como dogma de fe.
Dirijamos, pues, nuestra mirada
en este tiempo de Adviento a María, que preparó a conciencia el primer y
verdadero adviento. Nadie como Ella supo interpretar los signos de los tiempos,
sintiendo que el Señor estaba cerca, Ella oró como nadie con el Salmo 24:
"Descúbrenos, Señor, tus
caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador
y tenemos en ti nuestra esperanza"
Y cuando le fue propuesta la
maternidad, nada menos que del mismísimo Hijo de Dios, no quiso decir que no.
Su vida fue un "sí "rotundo a los planes de Dios.
Siendo Ella, con su sí, quien
propició que el Dios lejano se hiciera nuestro, y a partir de la encarnación de
su Hijo, Dios tuviera otro título que antes no tenía: Emmanuel", el Dios
con nosotros, el Salvador, el que puso su tienda entre nosotros.
Parece que de María tendríamos
que explayarnos hasta la última semana de Adviento, pero quién mejor que Ella
para abrir y disponer los corazones para que esta Navidad no tenga las
características de ser sólo una fiesta más, o mejor la fiesta de las fiestas,
donde hay de todo, pero donde se siente muchas veces un vacío, no tanto por las
cosas de las que no se pudo disponer para la fiesta y el festejo, sino
precisamente por no haber dispuesto el corazón, para hacer ahí el Adviento, la
llegada, la recepción y la acogida para el recién nacido.
Navidad será entonces un festejo
anticipado de la Pascua del Señor. Sin su encarnación, no hubiera sido posible
ni la entrega, ni la redención, ni la cruz; pero tampoco la Resurrección y la
vuelta de los hijos de Dios a la casa, al Reino, a los brazos amorosos del buen
Padre Dios. La Navidad nos hermanará en torno al Divino Niño, nos hará
compadecernos y enternecernos a la vista de quien se convierte en la presencia
más cercana del Dios de los Cielos, y de la tierra.
María es un signo anticipado: de
limpieza, de belleza, de santidad, de perfección, de plenitud, de vida nueva,
de victoria pascual. Es un anticipo del ideal humano, del proyecto que Dios
había soñado para el hombre. Un modelo, por lo tanto, para cada persona humana,
para cada creyente, para la Iglesia, para la humanidad. Lo que tanto soñamos y
deseamos es posible, en María se ha realizado ya.
Alegre aurora. Cuando aparecen las
primeras luces del día, cuando amanece o mañanea, admiramos los tonos de color
que vencen la oscuridad nocturna, Y nos alegramos. La luz, además de ofrecernos
claridad, nos llena de alegría. Así es la Virgen Inmaculada, suave luz que
anuncia victoria sobre el pecado y la muerte, señal segura de que se acerca el
día, buena noticia para todos los hijos de la noche, causa de nuestra alegría.
Alegría verdadera, porque nos
garantiza salvación y victoria. Después de tantos fracasos, después de tantas
derrotas, por fin podemos levantar cabeza. El poder de las tinieblas ha sido
superado. En la madre aparece un punto de luz primero, como una flor, pero la
luz va creciendo hasta el encanto. Es un regalo, no sólo para los ojos, sino
para toda el alma.
Pero la aurora es un anuncio
solamente, ella no tiene identidad propia, es una adelantada de otra realidad
original, que es el sol. La aurora no es el día, sino que lo anuncia, lo
prepara. Sus luces y colores no son propios, sino del sol. La aurora es algo
relativo, sin el sol nada sería. Así es María con relación a Cristo, nuestro
día y nuestro sol.
http://webcatolicodejavier.org/dogmainmac.html
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