El ciclo litúrgico de la Navidad concluye con la
conmemoración del bautismo de Jesús. Asociamos la celebración de la Navidad con
los acontecimientos relativos a la infancia del Salvador. Por eso esta fiesta
nos desconcierta, pues damos un salto de 30 años para ubicarnos al inicio del
ministerio de Jesús. Pero hagamos una analogía: Pentecostés es el fruto maduro
del tiempo pascual, cuando la resurrección de Jesús se transforma en don del
Espíritu que hace posible que todos los creyentes tomemos parte en la pascua de
Jesús. Así también esta fiesta es como el culmen y la meta de los
acontecimientos que conmemoramos en la Navidad. ¿De qué manera el bautismo de
Jesús ilumina los acontecimientos de la Navidad? ¿De qué manera el bautismo de
Jesús es la madurez de la Navidad?
Los evangelios narran el bautismo de Jesús por Juan el
Bautista en el Jordán como el acontecimiento que inaugura su ministerio. Jesús
acude, como muchos otros judíos de su tiempo, a recibir el bautismo penitencial
de Juan. Por eso Juan se resiste a administrarlo, nos dice san Mateo. Soy yo
quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice? Jesús
insiste: Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo
lo que Dios quiere. Las palabras de Jesús apuntan a algo más. ¿Qué es lo que
Dios quiere y que se debe cumplir en el bautismo? Pienso que en su bautismo,
Jesús lleva su proceso de encarnación hasta el extremo. Jesús no sólo se hace
hombre en el seno de la Virgen, no sólo nace pobre con los pobres en Belén, el
Hijo de Dios además se identifica y hasta confunde con los pecadores en el
Jordán y asume sobre sí el pecado de la humanidad en la cruz. Es como si Jesús
le dijera a Juan, tú bautízame, porque lo que aquí va a ocurrir supera en
significado a lo que tú has hecho hasta ahora. Este bautismo que voy a recibir
de ti sella y manifiesta la razón de mi vida. Tú Juan bautizas para el perdón
de los pecados a la espera de la venida del Reino de Dios; yo Jesús recibo tu
bautismo como signo de que yo asumo sobre mí el pecado del mundo.
El significado del bautismo de Jesús se hace patente en los
acontecimientos que lo acompañan. Se le abrieron los cielos y vio al Espíritu
de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma. Es Jesús quien ve, pero
somos nosotros los que leemos y sabemos que con Jesús se ha restablecido la
comunicación entre el cielo y la tierra. El Espíritu de Dios desciende sobre
Jesús para que sepamos que nosotros lo recibimos de él. El bautismo de Jesús es
anticipo de Pentecostés. El Espíritu del Señor llena la tierra a través de
Jesús.
En segundo lugar, Jesús oyó una voz que decía, desde el
cielo: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”. Mientras
Jesús asume su vocación de muerte en la cruz, la voz del cielo es anticipo de
resurrección. Dios lo reconoce como el Hijo muy amado en quien se complace,
porque cumple su voluntad. Por primera vez en el relato evangélico Dios
reconoce públicamente a Jesús como su Hijo y lo reconoce en la perspectiva de
su pasión, muerte y resurrección. En el bautismo, Dios nos presenta a Jesús
como su Hijo para que nosotros lo reconozcamos como nuestro Salvador. Las
breves palabras del Padre en el Evangelio para presentar a Jesús como su Hijo
se amplían en la extensa presentación que Dios hace de su siervo en la primera
lectura de hoy. Miren a mi siervo a quien sostengo, a mi elegido, en quien
tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la
justicia sobre las naciones.
¿Qué consecuencias tiene este acontecimiento para nosotros
que lo conmemoramos y celebramos? El inicio del discurso de san Pedro en la
segunda lectura de hoy nos da una pista. El apóstol Pedro ha llegado a la casa
del militar romano Cornelio. Dios se ha valido de visiones y apremios de
variada naturaleza para lograr que Cornelio, el pagano, invite a Pedro, el
judío, a su casa y para que Pedro venza la resistencia y el prejuicio para
visitar la casa de un extranjero. Pedro se ve obligado a despojarse de su
mentalidad nacionalista para reconocerse simplemente como hombre y traspasa las
fronteras de la segregación cultural, religiosa, nacional y política para
acercarse a otro hombre, Cornelio, en quien ya no ve sino su común humanidad.
Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que
acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere. Él
envió su palabra a los hijos de Israel, para anunciarles la paz por medio de
Jesucristo, Señor de todos. Para eso vino Jesús, para eso el Hijo de Dios se
hizo Hijo del hombre. Para hacernos caer en la cuenta de nuestra común
humanidad, y para ayudarnos a superar los particularismos culturales, raciales,
nacionalistas, sociales y hasta religiosos que nos segregan, dividen y
excluyen. Se fragua una identidad más honda: la que procede de la humanidad
compartida y de la llamada de Dios a ser sus hijos.
El papa Francisco en su mensaje con motivo de la Jornada
Mundial de la Paz ha traído a nuestra conciencia que “la fraternidad es el
fundamento y camino para la paz” (4). Pero es muy claro al afirmar que no se
trata de una fraternidad secular, fundada simplemente en el reconocimiento de
la igual dignidad o igual naturaleza humana compartida por todos, sino de una
fraternidad de fundamento teológico. “Es claro que tampoco las éticas
contemporáneas son capaces de generar vínculos auténticos de fraternidad, ya
que una fraternidad privada de la referencia a un Padre común, como fundamento
último, no logra subsistir. Una verdadera fraternidad entre los hombres supone
y requiere una paternidad trascendente” (1). “La fraternidad está enraizada en
la paternidad de Dios. No se trata de una paternidad genérica, indiferenciada e
históricamente ineficaz, sino de un amor personal, puntual y
extraordinariamente concreto de Dios por cada ser humano” (3).
A partir de allí el Papa explica cómo la conciencia efectiva
y operante de la fraternidad será capaz de superar las fragmentaciones y
exclusiones de la humanidad en materia social, económica, política y cultural.
La Navidad que hoy concluye no tiene sólo una dimensión
sentimental y afectiva, que es la que normalmente más aflora. La Navidad no
tiene sólo una dimensión teológica que normalmente soslayamos por considerar
que éste no es tiempo para discursos doctrinales. La Navidad tiene también una
dimensión ética y moral que muchas veces ni sospechamos y que la fiesta de hoy
pone ante nuestros ojos. El Hijo de Dios se hace uno de nosotros,
confundiéndose con los pecadores, para que lleguemos a ser nosotros también
hijos de Dios, y para que aprendamos a vivir y a acogernos como hermanos, que
nacemos a la vida de Dios en nuestro propio bautismo.
X Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los
Altos, Quetzaltenango-Totonicapán
http://blogs.periodistadigital.com/religiondigital.php/2014/01/10/fiesta-del-bautismo-del-senor
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