Las cofradías y hermandades han
tenido como nota común su protestación pública de fe. El ejercicio y desarrollo
de cultos públicos tuvo en sus orígenes elementos muy sencillos como las cruces
y crucifijos alzados, o insignias y estandartes que presidían el rezo del Vía
Crucis o el Rosario. Sin embargo la proliferación de romerías en la Edad Media,
por lo general vinculadas a imágenes aparecidas, y más aún la espiritualidad
impulsada tras el concilio de Trento instauraron la definitiva presencia de
imágenes en los cultos públicos que se celebraban en ciudades y pueblos.
Procesión de disciplinantes, Francisco de Goya. 1812-1819 |
La realización de cultos públicos
con las imágenes en madera e incluso en piedra exigía la presencia de un
elemento que permitiese su digno traslado por los espacios donde se celebraría
el piadoso ejercicio. Todo parece indicar que es la tradición clásica de las
grandes celebraciones del Imperio Romano y su adaptación a las celebraciones
católicas en Roma el caldo de cultivo en el que las cofradías y hermandades
debieron encontrar inspiración a la hora de plantear sus protestaciones
públicas de fe.
"El entierro de Ramon Llull" (ca. 1618-1621) Ayto. de Palma |
El elemento más sencillo y clave
para entender los actuales pasos, tronos y carros triunfales son las andas. Las
andas en su versión más primitiva están compuestas de un tablero y cuatro
pequeños brazos o mástiles que permitían trasladar las imágenes con cierta
dignidad. Su referente claro serían las andas que se utilizarían para
solemnizar traslados funerarios, un elemento de clara influencia de los fastos
romanos. La evolución de las andas responde a múltiples factores vinculados a
corrientes artísticas o necesidades
funcionales, y marcados drásticamente por elementos regionalistas. A
continuación vamos a intentar desmenuzar las grandes categorías actuales, su
evolución histórica y la vinculación entre muchas de ellas.
La primera gran división a la
hora de analizar la configuración de los pasos procesionales (como definición
más categórica) es en función de quien soporta el peso, de esta manera se
constituye por un lado la familia de las andas que ap***n su peso sobre el
cuerpo de los fieles y por otro lado el conjunto de carros que descansan la
carga de la imagen sobre ruedas. La división en función de la tracción no se
debe tanto al elemento mecánico si no a las características artísticas y
plásticas que se derivan de cada forma de cargar.
La evolución de las andas
Las andas son la formulación más
tradicional de los pasos procesionales, las primeras representaciones de este
tipo de elemento las encontramos en la pintura medieval, para representar
escenas vinculadas al Arca de la Alianza o en los traslados de reliquias de
Santos de la Iglesia. Aunque a veces se pueda dar a entender que las
procesiones se instauran tras el concilio de Trento era ya una realidad común
en el ideario de la Edad Media, muy vinculada a los grandes santuarios erigidos
en torno a reliquias e imágenes aparecidas. Se trataba de andas muy sencillas
que apenas superaban las dimensiones de la imagen que portaban, constituidas
únicamente por el tablero y cuatro vástagos que descansaban sobre los hombros
de los porteadores, en muchas ocasiones clérigos.
Este modelo sencillo es el origen
de todas las configuraciones de pasos procesionales cargados por fieles
devotos. Las andas sencillas han sobrevivido en su configuración medieval sin
alteraciones de gustos posteriores, siendo un elemento recurrente en los
entornos rurales de Castilla y León o Galicia, conociendo también testimonios
en la devoción conventual. Sin embargo por regla general los gustos imperantes
del renacimiento y muy especialmente la espiritualidad barroco provocarían la
evolución de las andas medievales hacía posicionamientos marcados por el arte
efímero, siguiendo en todos los casos un criterio muy claro: la dignificación
de la presencia de las imágenes en la calle.
De nuevo es necesario hacer una
división funcional que marcará las características plásticas de la artesanía en
el trabajo de las andas procesionales: el tipo de carga. La evolución de las
imágenes y la aparición de los grandes grupos escultóricos en las celebraciones
de la Semana Santa de Valladolid y su entorno provocaron la redimensión de las
andas que empezaron a aumentar de tamaño todo ello imbuido del creciente
esplendor del arte barroco propicio una nueva ruptura entre las andas cuya
carga era externa y aquellas que siguiendo la línea de los carros triunfales
empezaron a trasladar la carga bajo la estructura de las andas.
Los sistemas de carga exterior
tuvieron una evolución más reducida, pudiendo a hablar ya de tres grandes
categorías reconocibles hoy en día. En
primer lugar la propia evolución de las andas tradicionales, de proporciones
reducidas pero que amplían el número de carga y sobretodo incluyen elementos
barrocos como la iluminación, las flores, inclusión de penas y detalles
tallados en la configuración del tablero centro. La Semana Santa en la que por
antonomasia se conservan las andas es la de Cuenca, los brazos se alargan para
poder acoger más número de carga pero se mantiene el diseño tradicional de
tablero y cuatro mástiles.
La transformación de las andas
impulsada por el auge de la Semana Santa de Valladolid y la implantación de los
grandes grupos escultóricos en las celebraciones castellanas cristalizaría en
la figura del tablero. Al contrario que el caso de Cuenca en la Semana Santa de Valladolid, Medina de
Rioseco e incluso Murcia se ampliaron las bases de los pasos pero no los
mástiles o palotes (como los denominan en Medina del Rioseco). De esta manera
se consigue una composición sencilla en la que los cargadores se disponen en el
perímetro del paso y en los pequeños arranques de los brazos que aumentan de
número. Del modelo más sencillo y clásico, meritoriamente conservado en Medina
de Rioseco, se evolucionaría hacia formas más barrocos con elementos tallados
en Murcia. El tablero ha sido una de las figuras peor conservada por su
sencillez frente a proposiciones barrocas y neoclásicas, así por ejemplo la
Semana Santa de Salamanca ha perdido esta seña de identidad que aún se aprecia
en las fotografías de principios del siglo XX.
La evolución de las andas de
mayor sabor neobarroco son los tronos, cuyos máximos exponentes los encontramos
en Málaga y Cartagena. Se trata de andas de grandes dimensiones tanto en el
plano horizontal como en el vertical en las que se multiplican el número de
brazos y se superponen elementos tallados, peanas y grandes candelabros,
formando una estética voluminosa muy vinculada al nuevo urbanismo de finales
del XIX. En el caso de Cartagena nos encontramos ante una configuración muy vinculada
a la estética levantina que tuvo su origen en el florecimiento económico de la
ciudad a mediados del siglo XIX, el juego de luces y flores ha configurado un
modelo único. En el caso de Málaga existe una mayor influencia del arte
cofradiero andaluz, y por ende de Sevilla, aplicando en los tronos elementos
como los canastos barrocos o los respiradores en plata de los pasos de palio.
Los pasos
La alternativa a las andas son
los pasos, una evolución más drástica del modelo primitivo que traslado la carga
hacía el interior del soporte. Poco se sabe del cambio de un modelo a otro,
pero debió de ser en fechas tempranas del siglo XVII, ya en 1611 las imágenes
titulares de la Hermandad del Silencio desfilaban en pasos con faldillas y
maniguetas, como atestiguan los grabados que ilustran uno de sus libros de
reglas. Es posible que el estadio previo fuese la inclusión en las andas
clásicas de faldillas y cortinajes que ofrecerían una estética más solemne,
pues no cabe duda de que los grandes pasos barrocos heredaron su estructura de
las andas, y prueba de ello es la conservación testimonial de las maniguetas,
el viejo recuerdo de lo que fueron los brazos de unas andas hoy innecesarios.
Es sin duda Sevilla la cuna y máxima
expresión de los pasos como elemento para la procesión de imágenes sagradas,
además es junto a los carros triunfales el tipo de andas en el que existe una
mayor carga artística. Los pasos de carga interior respondieron en sus
versiones más primitivas y humildes al modelo de mesa, una estructura
(denominada parihuela) con cuatro patas sobre la que se dispone un tablero y en
cuyo interior se instala un sistema de carga (banzos o trabajaderas, según la
carga sea a hombros o a costal). A partir de esa estructura se desarrolla la
labor artística en elementos tallados. La idiosincrasia sevillana ha
configurado dos modelos de paso: pasos de misterio y pasos de palio. Los pasos
de misterio vinculados a escenas de la Pasión y Muerte de Cristo se
caracterizan por llevar sobre la parihuela el canasto, una suerte de peana de
grandes dimensiones en cuya talla el artista dispone la carga simbólica de su
obra. Bajo el canasto cubriendo la zona más alta de la parihuela se sitúan los
respiradores. La Semana Santa de Sevilla conserva tres pasos que testimonian el
esplendor barroco: el del Cristo del Amor de 1694, aunque alterado en 1916, el
de la Hermandad de la Mortaja de 1710 y sobre todos ellos el paso del Gran
Poder obra de Ruíz Gijón, de gran carga teológica en la exaltación del Gran
Poder de Dios y de meritoria ejecución de las tallas, cartelas y la gran corte
de ángeles que circundan el paso. En el caso de palio el elemento clave es este
enser litúrgico que a comienzos del siglo XVII se traslado desde los cortejos a
las andas de las imágenes, síntoma de la gran reverencia pública que causaba la
presencia en las calles de las imágenes
de devoción. La labor de talla, mejor
dicho de orfebrería, recae en los respiraderos, aunque en ocasiones están
realizados en soporte textil, sobre la
parihuela se disponen los varales que sostienen el palio conformando con la
candelería y el manto una conjunción de orfebrería y bordados de gran valor
estético y con altas cotas de calidad artística.
La influencia de la Semana Santa
de Sevilla durante el siglo XIX, en el marco de los comienzos del turismo y la
proliferación de las guías del viajero, trasladó elementos propios de la
capital hispalense a ciudades ajenas a su influencia natural. Un claro ejemplo
es Zamora, la Semana Santa de Zamora que hoy es paradigma de las celebraciones
más austeras de Castilla se transforma profundamente a finales del siglo XIX
tamizando su herencia barroca hacía el cariz romántico que hoy en día aún conservan
las cofradías históricas. En ese marco en Zamora se impuso a mediados del siglo
XIX un modelo de paso denominado mesa procesional que se caracterizaba por la
carga interior y la sucesión de gradas doradas con sencillas labores de talla.
La sustitución de las tradicionales andas por este modelo parece responder a
una reinterpretación de los pasos que se realizaban en Sevilla a mediados del
siglo XIX, que sin duda configuró un modelo propio que estuvo vigente hasta
mediados del siglo XX. Las mesas de gradas doradas fueron evolucionando hacía
un estilo singular y propio que define claramente a las mesas procesionales de
Zamora, se trata de composiciones de líneas sobrias en las que la labor de
talla se reduce a los respiraderos, por lo común de perfil rectangular, en los
que se integran puntualmente alguna escena o cartela pero que por lo general se
limitan a decoraciones vegetales, quedando siempre el conjunto en las
tonalidades propias de la madera.
Los carros
Volviendo a la primera división
sobre la forma de sacar en procesión a las imágenes, había quedado aplazado un
segundo campo el de los carros y carrozas procesionales. Un recurso que se
desarrolla paralelo a la evolución de las andas y que alcanzó grandes cotas de
mérito en el contexto del barroco. Se
pueden localizar tres grandes categorías: los carros de romería, los carros
triunfales y alegóricos, y los pasos a ruedas.
Cúpula del carro de la Virgen de la Hiniesta, Zamora |
Los pasos a ruedas es necesario
mencionarlos por no obviar una categoría muy común a lo largo de la geografía
española. Su naturaleza, por lo general de opción alternativa ante la falta de
cargadores o el peso de los pasos, hace que su estética y tratamiento suela
responder a las líneas de estilo marcadas por los pasos y andas del lugar o
zona.
Los carros de romerías tienen un
origen claramente funcional, solventar el traslado a grandes distancias de
imágenes de devoción, ejemplos de este tipo los encontramos en las crónicas de
la procesión de las imágenes en el siglo XVII en Zamora, la Virgen de Valme en
Dos Hermanas o la de los Remedios de San Lorenzo de el Escorial. Por lo general
los carros que han sobrevivido lo han hecho muy marcados por la propia
evolución de los carros de tiro animal, aunque los conservados de finales del XVIII
como el de la Virgen de la Hiniesta en Zamora testimonian su naturaleza de
altares portátiles. El carro de romería más conocido hoy en día son las
carretas que portan los Simpecados en la romería del Rocío, baldaquinos de
plata tirados por bueyes y muy marcados en cuanto a los diseños de orfebrería
por el desarrollo del paso de palio.
Por último en el contexto de las
grandes celebraciones públicas de exaltación de la Fe se hace común el diseño
de carros triunfales y alegóricos, especialmente en las celebraciones del
Corpus. Se trata de grandes maquinas cargadas de imaginación en las que se
potencia la carga simbólica. Su naturaleza en muchos casos de recurso efímero
ha provocado que no se conserven demasiados ejemplos. Uno de los conjuntos más
destacados son las Rocas del Corpus de Valencia cuyo origen se sitúa en 1392,
se trata de once carros triunfales realizados entre el siglo XVI y el XXI con
alegorías y santos vinculados a Valencia.
Los carros triunfales en ocasiones también se diseñaban para el desfile
de imágenes devocionales, uno de los casos más destacados era el paso de la
Soledad de Arganda, patrona de la Villa madrileña, sobre las líneas de una
elegante barca y escoltada por un ángel que porta la Cruz triunfante se exaltaba
el misterio de la soledad de María.
Artículo Patriomio cofrade:
Javier Prieto
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