El Crucificado de Juan de Mesa en Lima
Pasión en Sevilla se traslada a Lima, la capital del antiguo virreinato español del Perú (1542-1821) en búsqueda del legado artístico de los mejores escultores de nuestro Siglo de Oro. Visitamos en esta ocasión la parroquia de San Pedro, de la Compañía de Jesús, donde reside el Cristo de la Buena Muerte (1622) de Juan de Mesa.
Continuamos, unos meses después, nuestro recorrido por el centro histórico de Lima, la capital del Perú, en busca de la huellas de Sevilla en él. Nos acercamos, en pocos pasos desde la Catedral, a la iglesia más concurrida de la ciudad: la parroquia de San Pedro, de los jesuitas. Allí, en el claustro del monasterio, nos esperan Nancy Sofía Junchaya y Santiago Guardia, conservadores del valioso patrimonio que albergan sus recovecos. Buena parte de esas obras, salidas de las manos de los grandes genios del Barroco español, llegaron en barcos desde Sevilla, cruzando el océano Atlántico.
Nos conducen hasta la inmensa sacristía del templo. Para llegar a ella pasamos por una cuidada capilla, desconocida por el gran público, dedicada a la Virgen de la O, advocación sevillana. Pero saben lo que venimos buscando entre tanto tesoro. Allí, con azulejos trianeros de época como telón de fondo, yace en un rincón el hermano gemelo del Cristo del Amor. Sobre mantas. Como en el pesebre. Muerto, como en el Salvador. O dormido, si se prefiere. Como en el Rectorado. Porque también toma algunos rasgos del crucificado universitario, con el que comparte el nombre – de la Buena Muerte – origen jesuítico y autor: Juan de Mesa. La firma de “El hombre que esculpió a Dios” se puede descifrar perfectamente en la base de la cruz. Y la fecha de ejecución: 1622, dos años más tarde que el Cristo del Amor.
Detalle de los pies del Crucificado / Javier de Haro Hostench
A Nancy le parece “imponente la parte de la anatomía. El dramatismo que tiene es muy fuerte, bastante característico. Y en realidad donde está genera mucho impacto, sobre todo a los devotos”. La imagen estuvo prácticamente oculta a los peruanos desde su llegada hasta los años 90 del siglo pasado, cuando se colocó en su actual altar, en el flanco derecho del crucero del templo, junto al acceso a la sacristía. Hasta entonces, y hablamos de varios siglos, coronaba el retablo de la capilla privada de la Virgen de la O que mencionamos antes.
Sólo la conocían, por tanto, los religiosos que oficiaban o rezaban allí. “Me parece una obra maravillosa, es una de las mejores que tiene la iglesia. Es de tamaño natural, quizás un poquito más grande, y tiene un movimiento y un carácter bastante fuerte, y un rostro muy expresivo. A pesar de que está muerto llama mucho”, cuenta Santiago. “La Compañía siempre se caracteriza por poseer o exaltar con imágenes de muy buena calidad sus iglesias. Las decoran de tal manera que son impresionantes al público”. Además de este Cristo, en San Pedro se pueden apreciar imágenes como la de San Francisco Javier, de Juan Martínez Montañés, o un Crucificado de Juan de Oviedo.
Primer plano del busto del Cristo de la Buena Muerte (1622) de Juan de Mesa / Javier de Haro Hostench
Daños y restauraciones
A diferencia del Cristo del Amor, muy oscuro en los últimos años, su gemelo en Lima muestra su policromía original, pálida, en la que se advierten todo lujo de detalles, como los regueros de sangre en la cara, el pecho, el costado o las piernas. “Se ha llegado a recuperar la policromía original del Cristo de la Buena Muerte. No sabemos cuántas capas tenía porque no hay registros de ellas. Sólo se puede ver en las fotos que era otro tipo de policromía, que todas las tallas de artistas españoles tenían repintes y todas se han recuperado hasta la policromía original”, apunta Santiago al respecto. A lo que añade Nancy: “Las imágenes en los barcos sufrieron mucho. De hecho, se les practicaron restauraciones en esa época, por eso hay que tener seguridad cuando se hace la conservación. Probablemente las restauraban al llegar, pero no tenemos muchos datos porque todavía no existe un trabajo de investigación sobre cómo se trajeron las obras. No obstante, sí hemos advertido que ha habido demasiados problemas en cuanto a cambios o restauraciones posteriores, pero también hechos de época, que hay policromías, repolicromías… Es continuo”.
Tanto los terremotos, frecuentes en el Perú, que cruza la cordillera de los Andes; como la alta polución de Lima, que padece un tráfico insufrible, perjudica mucho el estado de conservación de las obras de arte. “Lima lamentablemente es bastante terrible en cuanto a la conservación de obras de arte. Tenemos una humedad que llega a veces hasta el 99% y es muy frecuente el ataque de xilófagos. Todo lo que ves de maderas y telas los destruye. Estamos, por eso, tratando de ver también la parte de conservación preventiva. Es un camino que tenemos que tomar de apuro para no tener que estar restaurando y restaurando”, sostiene Nancy.
La sangre corre por el cuerpo pálido del Cristo de la Buena Muerte. Se trata de su policromía original del siglo XVII / Javier de Haro Hostench
En Lima. Aquí está el hermano gemelo del Cristo del Amor de Sevilla. Mucho más claro, con su policromía original, pero en cambio, bastante más desconocido. Oculto en el tiempo y en el espacio. Muy lejos, pudiendo haber estado tan cerca. Ellos, los peruanos, nunca olvidaron lo que llegó desde Sevilla. Y es que un pueblo nunca debe olvidar sus orígenes, ni dar la espalda a su Historia, con sus luces y sombras. Tampoco la de nuestra Semana Santa, la de nuestros mejores artistas, que se lucieron en España pero también a más de 9.000 kilómetros. En Pasión en Sevilla hemos querido rescatar parte de nuestra raíces, redescubrir aquellas obras que perdimos con el tiempo, que borramos de nuestra memoria. Esperamos haberlo conseguido.
Artículo de Javier Blanco, publicado el 9 de junio de 2016 en:
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