"Se le pide cera a los nazarenos, no a los cofrades. Se llama cuerpo de nazarenos, no de cofrades. Se sale de nazareno, no de cofrade"
Muelle de Sevilla, 1920
Publicado el 19 de abril de 1979
Aquí en Sevilla, o nos pasamos o no llegamos. Sevilla es el Hielotrón: tres meses de colas hasta el Polígono Sur, para después darle a la gente por dejar de ir y entrar en la más negra de las ruinas. Y con los costaleros, lo mismo. Hasta que vino el Padre Cue, aquí nadie se acordó de los costaleros. Luego llegó Juan Fernández, y les dio un pescao frito y una medalla, como entonces se estilaba. Y darle Juan Fernández la medalla y ponerse todo el mundo a decir que los costaleros se acababan fue una. Como el Padre Cue, pero al revés. Tal pánico nos entró, que inventamos eso de los cofrades-costaleros, que a mi me gusta llamar como le dicen los capataces y costaleros de verdad, «los niños». Y tantos niños se han metido debajo de los pasos, que de momento han echado a los costaleros de toda la vida, a los capataces de toda la vida. Si Ariza el Viejo viviera... Si Tarila levantara la cabeza... Si volviera a pasar por la Alcaicería aquel maestro que se llamó Alfonso Borrero...
Ahora no es que se acaben los costaleros. Es que a los de verdad ya no los dejan. Pasa como con los nazarenos. Tanto decir «cofrade» para arriba, «cofrade» para abajo, que ya parece que nadie es nazareno. Eso de «cofrade», y siento decirlo, es falso. A ver...
¿Cuándo la ha dicho su niño?
—Papá, mira, un cofrade...
No, los niños y los locos hablan por boca de la verdad:
—Papá, mira, un nazareno...
Se le pide cera a los nazarenos, no a los cofrades. Se llama cuerpo de nazarenos, no de cofrades. Se sale de nazareno, no de cofrade. Eso de «cofrade» me parece a mí una cursilería que inventó un Padre Cue de vía estrecha, que encima ni era jesuita, ni era mexicano, ni nada de nada...
Y con los niños, igual. ¿Cuándo se ha visto esto de los ensayos, que los sábados de Cuaresma parece Sevilla la pista de El Pino en cuestión de costaleros, capataces y contraguías? Vamos, lo único que falta es que a los pasos que por vez primera sacan los niños les pongan la «L», como a los coches de las autoescuelas. ¿Cuándo se ha visto que los costaleros ensayaran? Los costaleros estaban ensayando todo el año en el muelle, ¿qué más ensayo? Para sacar un paso no hay que ensayar. Sólo hay que saber hacer la levantá, saber arriar, saber coger las corrientes, que no se le vaya a uno el trabajo a la cabeza, estar atento al martillo, saber cuándo hay que llamarse una mijita... No es chulería, pero me permito recomendarles un libro mío, en el que explicaba todas estas cosas, cuando los niños de ahora casi ni habían nacido y había costaleros de verdad...
Lo siento por los niños, pero para mí pasos de muda, y chicotás, y levantás a pulso, las de antes. Por una cuestión estética: por el olor. Los pasos han dejado de oler como olían, no sé si se han dado cuenta. Los pasos antes olían a sudor y a meados junto al incienso y las flores. Ahora, por muy larga que sea la carrera, el desodorante no abandona a nuestros costaleros de arte y ensayo, mucho ensayo, mucho teatro, mucho salir con la ropa puesta para maquear con la novia.
¿Quién ha visto tantos costaleros de refresco detrás de los pasos como ahora? En estos días, me acuerdo de Rafael el Poeta, y del Gaseosero, y de Julián, y del Arenero, y de la saga de los Ariza, y de Bejarano, y de Jeromo, y de Paquito Quesada, y de los ratones, y del zanco de Los Caballos, y de León el patero. Y cuando alguien me pregunta qué me parece el trabajo de los niños, digo como los aficionados al baile cuando ven a alguna nueva estrella:
—Academia... Tó academia...
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