Documentado por don Fermín Canella (1887, pág. 244; y 1904, pág. 280), el retablo de la capilla universitaria pereció por el fuego cuando la destrucción de la Universidad, en una de las jornadas (la del sábado, 13) de la Revolución de Octubre de 1934. Se conservan tres tallas, importantes fragmentos de su medalla central y una buena reproducción debida al fotógrafo ovetense Ramón García Duarte (Alvarado, 1925).
Juan Ducete Díez, o Ducete el Mozo (1549-1613), era hijo del escultor toresano Juan Ducete (1515-h. 1583), con quien se formó (Vasallo, 2004, págs. 46-69 y pássim). Con mucha actividad documentada desde 1575 hasta 1587, trabajó en las tierras de Toro y Campos (provincias de Zamora y León) para, por último, recalar en Asturias, donde concluyó su carrera (1606-1612), apartado de la competencia que representaba su sobrino, Sebastián Ducete (Toro, 1568-1620), con quien estuvo asociado entre 1595 y 1597, y del alumno de este último, Esteban de Rueda (Toro, h. 1585-1626), artistas más jóvenes que situaron la imaginería toresana en los umbrales del naturalismo barroco, estilo que desde 1615 triunfaba en Valladolid de la mano del escultor Gregorio Fernández (1576-1636). Cultivador de un estilo muy convencional y anodino, inspirado en el manierismo de Juan de Juni (1507-1577), Juan Ducete también acusó a principios del siglo XVII el influjo de su sobrino Sebastián Ducete, al que llegó incluso a imitar, tratando de comunicar a su figuras movimientos y afectos más realistas y emotivos en consonancia con los nuevos requisitos doctrinales de la Iglesia tras el Concilio de Trento (1563). En esta fase es en la que se inscribe la producción asturiana de Ducete, siendo el retablo de Salas donde mejor se percibe dicha influencia.
Juan Ducete no fue un artista eminente ni de talento pero sí un maestro pragmático y pulcro que supo satisfacer a una clientela necesitada de renovar la vieja y a menudo ya indecorosa imaginería medieval. Si el papel desempeñado por Juan Ducete en el ámbito castellano-leonés fue muy limitado, debido a la concurrencia de grandes maestros y a la existencia de influyentes núcleos, como Valladolid, León o la misma ciudad de Toro, en cambio, para Asturias fue todo un acontecimiento e inicio de una auténtica transformación en el terreno de la plástica (González Santos, 1997, pp. 13-44 y pássim). Del desembarco en Asturias de este escultor y retablista toresano fueron responsables Alonso Núñez de Bohórques, del Real Consejo y Cámara de la Inquisición, y Juan de Tejada, del Consejo de Castilla, testamentarios del arzobispo Valdés Salas y comisarios nombrados para las obras de la Universidad y colegiata de Salas. Pero tampoco habría que descartar a don Juan Álvarez de Caldas (1542-1615), obispo de Oviedo entre 1605 y 1612, y administrador de las rentas del arzobispo de Sevilla, cuyo acceso a la diócesis ovetense (1605) coincidió con la aparición de Ducete en Asturias. Álvarez de Caldas fue comisionado por el rey Felipe III para la reforma de los estudios de la Universidad de Salamanca (1603-1604) y, siendo obispo de Oviedo, patrocinó la construcción del primer Monumento de Semana Santa de la Catedral (no conservado), diseñado precisamente por Juan Ducete (Risco, 1795, t. XXXIX, págs. 141-143. González Santos, 1997, págs. 48, 91, 97-100 y 134-137).
Aunque no se ha localizado el contrato de obra inicial, por el de dorado sabemos que el escultor Juan Ducete debía entregar el retablo a los pintores antes del 15 de septiembre de 1606. Esto indica que la hechura de los retablos de la colegiata de Salas y capilla universitaria, en su mayor parte, corrió pareja. La escritura para dorarlo fue suscrita en Oviedo, el 10 de julio de 1606, por Juan Ducete y los pintores vallisoletanos Isidoro Ruiz y Juan de Espinosa que por su trabajo percibirían 2.750 reales (AHA: caja 7.004, fols. 315-318). El retablo, si se cumplieron los términos estipulados, estaría ultimado para finales de noviembre de 1606, plazo más que suficiente para que su consagración coincidiera con la inauguración de la Universidad. Ello aconteció el domingo, 21 de septiembre de 1608.
Por Canella (1887, pág. 244; y 1904, pág. 280), que manejó la documentación original (hoy, destruida), sabemos que la recepción del retablo fue peritada por el arquitecto trasmerano Domingo de Mortera († Oviedo, 1608), maestro de las obras de la Universidad. Mortera denunció varias faltas en la obra, pese a lo cual, Juan Ducete percibió la crecida suma de 25.504 reales.
El vistoso y original diseño arquitectónico del retablo universitario (debido, con toda probabilidad, al mismo Ducete) respondía al modelo de retablo-fachada, así denominado por recordar un frontispicio. Este tipo fue muy usual en España a lo largo del último tercio del siglo XVI, momento de arraigo del manierismo. Pero este estilo y modelo se hallaban ya en franco retroceso en Castilla a partir de la última década del siglo XVI, siendo suplantados por el clasicismo y su muestra más perfecta: el retablo de la basílica de San Lorenzo de El Escorial (1579-1589), obra del arquitecto Juan de Herrera (1530-1597).
El alzado del retablo universitario se adaptaba perfectamente a la estructura de la capilla, pues el entablamento del altar coincidía con el del propio recinto y el módulo de las columnas, con la altura de la pared. Era un retablo de cuerpo único, de cuadrada geometría (de unos 4,30 m de lado), conformado por dos columnas corintias exentas, de orden gigante, erigidas sobre un zócalo, que comprendían tres calles y dos pisos: la central, más ancha, tenía el aspecto de una portada dístila, asimismo de orden corintio, con amplio vano central en arco de medio punto y frontón, donde se ubicaba el relieve con el misterio titular (La Misa de san Gregorio). Las dos calles laterales (en un plano ligeramente retrasado) mostraban sendas hornacinas superpuestas, con frentes empilastrados: adinteladas y rematadas en frontón las de abajo, y en medio punto, las de arriba. Por último, sobre la cornisa general, a plomo de la calle central y visiblemente retranqueado, se localizaba un ático de sencillo diseño y retorcidos aletones.
La capilla de la Universidad está consagrada al papa san Gregorio Magno, por cuyo motivo el cuerpo de gloria del retablo mostraba un relieve con el popular pasaje de La Misa de san Gregorio, un tema eucarístico con mucha resonancia en la época de la Contrarreforma, pues zanjaba, por vía de un milagro obrado en un pontífice, cualquier duda sobre la certidumbre de la transubstanciación del cuerpo y la sangre de Jesucristo en la eucaristía. Gregorio I (h. 540-604), uno de los cuatro Padres de la Iglesia Latina, fue papa entre 590 y 604. Reformador de la Iglesia y de la liturgia, por su fama de sabio y elocuente fue venerado por patrono de los estudiosos. La devoción del arzobispo don Fernando de Valdés por san Gregorio ya contaba con un precedente: el Colegio de San Gregorio (o de los Pardos), en Oviedo (demolido en 1896), primera fundación docente del ilustre eclesiástico, cuyo establecimiento en 1534 coincidió con su prelatura en la diócesis de Oviedo (1532-1539) y fue ensayo para el posterior de la Universidad. Pero Gregorio era también el nombre apostólico del sumo pontífice (Gregorio XIII) que promulgó la bula de erección de la Universidad de Oviedo, el 15 de octubre de 1574.
Relieves eran también todas las figuras del banco (san Pedro apóstol, dado de la columna izquierda; san Lucas evangelista, banco; El Salvador, puerta del sagrario; san Juan evangelista, banco, y san Pablo, dado de la columna derecha). En cambio, los nichos cobijaban figuras de bulto redondo, con el dorso ligeramente aplanado y sin policromar: santa Catalina de Alejandría y san Francisco de Asís (calle lateral izquierda), y san Juan Bautista y san Antonio de Padua (derecha). En el ático se mostraba el Calvario (Cristo crucificado, la Dolorosa y san Juan), asimismo de bulto redondo.
La presencia de la legendaria santa Catalina de Alejandría responde al hecho de ser la patrona de la Universidad ovetense y titular, asimismo, del Colegio de Huérfanas Recoletas, otra fundación valdesiana de 1566, cuya sede estuvo contigua al edificio universitario. La de san Francisco y san Antonio de Padua se justifica por hallarse las Escuelas dando frente a la calle de San Francisco e inmediatas al convento que la orden franciscana tenía en Oviedo. Y la de san Juan Bautista (iconografía que también se repite en el retablo de la colegiata de Salas), por ser el santo de la onomástica del padre del arzobispo (González Santos, 1997, pág. 63).
Probablemente, todo el retablo fue vuelto a policromar en 1789, a raíz de la concesión de indulgencia plenaria para las misas celebradas en esta capilla, por cuyo motivo se leía en el friso principal la inscripción «altar de privilegio perpetuo. año de 1789».
Texto y catalogación: prof. doctor Javier González Santos
Referencias bibliográficas
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VASALLO TORANZO, L. (2004) Sebastián Ducete y Esteban de Rueda: escultores entre el Manierismo y el Barroco. Zamora: Instituto de estudios zamoranos "Florián de Ocampo".
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